La menstruación y otros tabúes

Desde antes de la Edad Media hasta la actualidad la menstruación ha sido uno de los temas más controvertidos y estigmatizantes en el mundo. De hecho, su simbología se relaciona, directa o indirectamente, con la inferioridad de las mujeres en cualquier cultura y momento histórico. No es de extrañar que la misma Biblia haga referencia a “la sangre de la mujer” como “la raíz del mal” (Healy, 2004), o que en occidente exista una referencia popular de la menstruación como “la maldición” (Merskin, 1999).
Con el paso del tiempo la menstruación no sólo ha sido poco conocida -al igual que ha ocurrido con el cuerpo femenino en todas sus dimensiones-, sino que se le ha dado una connotación negativa, incapacitando y debilitando a la mujer menstruante frente a actividades sexuales, sociales y culturales, justificando, de algún modo, el control que se tiene sobre ellas (Merskin, 1999). Así, las ideologías culturales, en su mayoría patriarcales, enseñan que la sangre es sucia, tóxica e impura (Botello y Casado, 2017) y que, además, atenta contra la feminidad prototípica asumida (Johnston-Robledo y Christer, 2013). De este modo, se inculca la idea de que la menstruación debe ocultarse, invisibilizando aún más el fenómeno (Ferrer, Gili y Bosch, 2014) y brindando el apoyo suficiente para reforzar la auto-estigmatización (Northrup, 2010). Se podría decir que la sangre menstrual está peor vista que otros fluidos, como la leche materna o el semen (Johnston-Robledo y Christer, 2013), cuando no sólo está formado por agua, nutrientes y proteínas -entre otros componentes-, sino que hay alto contenido en células madre.
Las desigualdades sociales respecto a la posición de la mujer en el mundo, se trate de países occidentales u orientales, así como todas aquellas tradiciones religiosas y culturales que han estigmatizado a las mujeres y su periodo (Merskin, 1999), han sido la principal causa y, a su vez, consecuencia de la perpetuación de las creencias populares existentes acerca de la menstruación (Botello y Casado, 2017). Esto lleva, entre otras cuestiones, a que la naturaleza cíclica haya sido -y sea- el blanco de todo tipo de chistes y burlas (Northrup, 2010); el blanco perfecto al que atacar. De hecho, no hay cultura que se libre de tener la menstruación estigmatizada, tratándola, incluso, como si fuese una enfermedad y, por ende, concibiendo a la mujer como enferma (Johnston-Robledo y Christer, 2013).

La patologización de la menstruación a lo largo de la historia ha llevado a que las mujeres valoren sus cíclicos como algo malo desde tiempos remotos, identificando cualquiera de los síntomas como negativos, propios de una enfermedad que debe ser tratada (Johnston-Robledo y Christer, 2013). En muchas tribus se muestra explícitamente esta cuestión, haciendo que las mujeres convivan alejadas de sus casas en condiciones pésimas. En occidente -cultura principal en la que se enfoca este texto-, se muestra de forma más sutil. Por ejemplo, en la disminución de los síntomas a través de la píldora, la normalización y/o trato del dolor de una forma meramente fisiológica, en la imposibilidad de frenar el ritmo diario y descansar, en el asco que se le atribuye o en la dificultad para respetar nuestros cambios e investigar al respecto sin necesidad de incidir mediante medicamentos ante la mínima molestia (Northrup, 2010). El ciclo hace que vivamos en una continua transformación mental, física y social que se debería normalizar y no considerar como maligna (Ferrer, Gili y Bosch, 2014). Su concepción como enfermiza, del mismo modo, también influye en la percepción que tienen las mujeres sobre sí mismas y sobre lo que sienten, y es la causante principal de tachar las experiencias premenstruales emocionales como nocivas (Johnston-Robledo y Christer, 2013).
Otro estigma es el relacionado con la menarquía, la cual debería considerarse a) una cuestión importante y fundamental para la vida de las mujeres y b) el inicio de una educación menstrual clara y natural. Sin embargo, tradicionalmente es tomada como la transición de niña a mujer (Botello y Casado, 2017), con su condescendiente asimilación de roles y estereotipos, pudiendo hacer que la menarquía se convierta en algo vergonzoso y, como se ha visto anteriormente, sucio, íntimo y digno de ocultar cuando, en realidad, la presencia de sangre debería aportar simbolismo y emocionalidad (Botello y Casado, 2014).
Si bien las actitudes hacia la menarquía dependerán de la información que se tenga sobre la menstruación, el desconocimiento en las menores es inapelable e insuficiente, además de recibirla, normalmente, de manera reactiva (Pérez, et al, 1995). Así, la mayor parte de conocimientos se tienden a buscar de cualquier forma (transmisión de madres a hijas, internet, escucha de iguales) o, simplemente, se encuentran (Pérez, et al, 1995). Por ejemplo, esto ocurre con los medios de comunicación que en la sociedad occidental actual no sólo son una herramienta de marketing muy potente, sino que generan significado cultural en muchos aspectos que nos rodean (Merskin, 1999; Johnston-Robledo y Christer, 2013). Estos, con su publicidad sobre higiene femenina de imágenes alegóricas con corazones y flores, sangre azul, pantalones blancos y chicas haciendo el pino, siguen presentando ese mundo de mitos y tabúes que tratan el tema con vergüenza y secretismo, mucha delicadeza, sensibilidad y frescura (Merskin, 1999), enmascarando la realidad de síntomas detrás del periodo por la supuesta “carga” que ésta representa (Merskin, 1999; Johnston-Robledo y Christer, 2013). Tan sólo hay que ver algunos anuncios de la televisión actual para percatarse de la situación. No obstante, hay algunas campañas que sorprenden por su realismo y que no queremos dejar de mencionar, como la #BloodNormal de la agencia AMV BBDO y la marca Bodyform, que intentan aportar valores de aceptación y sentimientos de tranquilidad y confianza.
Por otro lado, si bien los prejuicios menstruales afectan a las mujeres en todas las esferas de sus vidas, la sexualidad es una de las que más afectada se ve. Rara vez se habla de cómo están relacionadas la sexualidad y el ciclo menstrual (Northrup, 2010). No es de extrañar que apenas se hable de ello, si la misma sexualidad femenina es tabú de por sí. Aunque podría pensarse que ambas esferas están vinculadas por la asociación de las estructuras fisiológicas (los genitales), la relación entre ambas trasciende mucho más allá (Rempel y Baumgartner, 2003) y no sólo se reduce a los días menstruales, sino a todo el ciclo (Schooler et al., 2005).
¿Cómo se relacionan?
Nuestra respuesta sexual está condicionada indiscutiblemente por la visión social de la sexualidad femenina, llena de limitaciones y exigencias respecto al aspecto, la figura y el peso (Northrup, 2010). La vergüenza y la negación de la menstruación contribuye, indirectamente, a la vergüenza corporal que, según Schooler et al. (2005), genera inseguridad y dificultades en los encuentros sexuales, provocando que no se disfruten, que no se alcance el orgasmo o que aumenten las probabilidades de ponerse en una situación de riesgo sexual. Por ello, hay que romper con las deformidades heredadas culturalmente en relación al sexo y el periodo (Northrup, 2010) y darle a la menstruación un significado positivo, imprescindible para aumentar la propia comodidad corpórea y así desafiar y trascender las nociones tradicionales del comportamiento sexual femenino (Rempel y Baumgartnet, 2003), como mantener relaciones sexuales -con o sin pareja/as- en las diferentes fases del ciclo -incluida la menstruación-, adaptando la sexualidad a los sentimientos y necesidades que se tengan, dando paso a nuevas formas de experimentación.

Debemos aprender a valorar el ciclo menstrual, a deconstruirnos social e individualmente y a reconocer las actitudes negativas que hemos interiorizado para así desarrollar una identidad y una predisposición más saludable hacia nuestros cuerpos, emociones y experiencias. Despatologizar la menstruación ayudará a visibilizar aquellos tabúes que nos hacen renegar social e interiormente de ella. De hecho, existen plataformas como La Caravana Roja que dan un enfoque positivo a la menstruación y nos proporcionan toda aquella información necesaria para acercarnos a nuestros ciclos de forma saludable así como para encontrar el poder cíclico que el mismo sistema patriarcal nos está arrebatando.
El ciclo debe concebirse como un espacio de escucha a una misma según las diferentes etapas entre periodo y periodo. El hecho de no respetar que la ciclicidad es normal, como ocurre con los procesos de la luna o las mismas mareas en el océano (Northrup, 2010), hace que no respetemos nuestra necesidad de subir y bajar emocionalmente y, fruto de ello, no nos respetemos a nosotras mismas. Debemos tomarnos esos días premenstruales y la misma menstruación para reflexionar y proporcionarnos aquello que necesitamos y que por el ritmo diario de la vida nos es imposible concedernos en muchas ocasiones. Además, tenemos la oportunidad de experimentarnos y auto-explorarnos sexualmente en las diferentes fases para descubrirnos y acercarnos más a nosotras mismas, siempre desde la individualidad de los síntomas y las sensaciones de cada una, respetando las múltiples necesidades que pueden surgir en estos días.
Cada mujer y su ciclo son únicos, y pese a sus diferentes formas de afectarnos, es nuestro compañero de por vida. Atendamos y escuchemos nuestros cambios físicos, psíquicos y conductuales, desde la menarquía hasta llegar a la menopausia, realidad que tampoco debe ser escondida y despreciada.
Dejemos de invisibilizarlas y mostremos con orgullo esta realidad.
Estela M. Barroso & Nieves Cabrera
Bibliografía
Botello, A. y Casado, R. (2017). Significado cultural de la menstruación en mujeres españolas. Ciencia y enfermería, 23(3), 89-97.
Ferrer, V. A., Gili, M. y Bosch, E. (2014). Mitos y realidades en torno al ciclo menstrual: análisis de la sintomatología asociada. Estudios de Psicología: Studies in Psychology, 20(63-64), 21-32.
Forbes, G. B., Adams-Curtis, L. E., White, K. B., y Holmgren, K. M. (2003). The role of hostile and benevolent sexism in women’s and men’s perceptions of menstruating women. Psychology of Women quarterly, 27, 58-63.
Johnston-Robledo, I. y Christer, J. C. (2013). The menstrual mark: menstruation as social stigma. Sex Roles, 68, 9-18.
Merskin, D. (1999). Adolescence, advertising and ideology of menstruation. Sex Roles, 40(11/12), 941-949
Northrup, C. (2010). Cuerpo de mujer, sabiduría de mujer: una guía para la salud física y emocional. Barcelona, España: Urano.
Perez, R., Ferreres, A., Gadea, M., González, E., Hernández, A., y Navarro, N., (1995). Efectos de la información acerca del ciclo menstrual sobre las actitudes hacia la menstruación. Psicothema, 7(2), 297-308.
Rempel, J.K. y Baumgartner, B. (2003). The relationship between attitudes towards menstruation and sexual attitudes, desires, and behavior in women. Archives of sexual behavior, 32(2), 155-163.
Schooler, D., Monique Ward, L., Merriwether, A., y Caruthers A. S. (2005). Cycles of shame: menstrual shame, body shame, and sexual decision- making. The journal of sex research, 42(4), 324-334.