Me gustaría que antes de continuar leyendo esta entrada, leyeseis la noticia que se presenta a continuación:
https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20200811/dtenidos-torturar-matar-gato-manacor-8072057
La relación entre los humanos y los animales es moralmente compleja. Nos declaramos amantes de los animales. Muchos de nosotros disfrutamos de la compañía de algunos de ellos en nuestras casas, les damos nuestro amor y nuestra devoción, y los consideramos como uno más de la familia. Y cuando nos encontramos con noticias como la anterior, en las que observamos el maltrato y la crueldad animal, nos enfadamos e indignamos, y nos preguntamos qué tipo de persona es capaz de hacer algo así (Caviola et al., 2019).
Sin embargo, nuestro sistema de producción animal es una de las formas más crueles y sistemáticas de opresión de la sociedad; en el que los animales son inseminados artificialmente a la fuerza una y otra vez, a quienes se les arrebatan sus crías nada más nacer para cebarlas, torturarlas y matarlas, y todo ello de forma innecesaria para nuestro propio placer sensorial. Este sistema es responsable de la muerte de más de 60 millones de animales terrestres cada año, y no solo lo aceptamos, sino que pagamos y apoyamos activamente su continuidad.
¿Qué hace que el maltrato animal sea conflictivo en unas ocasiones, pero no en otras? ¿Qué ocurre para que una sociedad que ama a los animales sea la misma que los mata?

Esta ambivalencia puede explicarse mediante la teoría de la disonancia cognitiva (Festinger, 1957). Según esta teoría, la disonancia cognitiva es un estado de tensión y malestar emocional que ocurre cuando nos damos cuenta de que nuestro comportamiento no concuerda con nuestras actitudes. En relación a los animales, en concreto, la disonancia se hace evidente especialmente cuando amenaza nuestras creencias más básicas: “causar daño a los demás no es coherente con la visión que tengo de mí mismo como ser bueno y moral” (Bastian & Loughnan, 2017).
Cuando nos encontramos frente a una amenaza a nuestra autopercepción, tenemos dos opciones: cambiar nuestra relación con los animales o tratar de justificarlo (Dhont et al., 2019). Cuando seguimos defendiendo y justificando el consumo de animales, aun cuando nuestros valores personales están en contra de la crueldad animal, es lo que se conoce como la “paradoja de la carne” (Loughnan et al., 2012).

Varios estudios se centran en este concepto específico. En uno de ellos, quisieron comprobar si el hecho de comer carne afecta a cómo percibimos a los animales. Para ello, se les pidió a los participantes que comiesen o carne o nueces, y después se les pidió que juzgasen las capacidades cognitivas y la importancia moral de ciertos animales. Lo que se observó es que aquellos que comieron carne, negaron que los animales tuviesen las capacidades mentales necesarias para experimentar sufrimiento y dolor, así como también los juzgaron como moralmente inferiores y se sentían con menor obligación moral hacia ellos que los participantes que no comieron carne (Loughnan et al., 2010). Es decir, que el comer carne nos lleva a percibir a los animales como insensibles e indignos de ser considerados moralmente para poder seguir comiéndolos y no sentirnos mal por ello.
En este sentido, estudios sobre la deshumanización demuestran que el hecho de negar a ciertos colectivos de características que consideramos humanas como la capacidad de sufrir, es un proceso psicológico que nos sirve para desconectar moralmente de las injusticias perpetradas por el propio grupo. Así pues, en una sociedad en la que la industrialización animal es masiva y cruel, no es casualidad que nos tomemos tantas molestias en distorsionar nuestra percepción de los animales para sentirnos lo suficientemente cómodos como para seguir contribuyendo con nuestro dinero a que esto continúe (Bilewicz et al., 2011).
De hecho, subestimamos a los animales hasta tal punto que es precisamente el abismo moral que construimos en relación a ellos lo que hace posible la deshumanización propiamente dicha. Es decir, que el hecho de que haya un concepto que defina el trato denigrante que sufren ciertos colectivos humanos por ser percibidos “como animales”, solo es posible partiendo de la base de que no consideremos a los animales como individuos merecedores de consideración moral. El colocar a los animales en un estatus inferior, no sólo sirve como justificación para la explotación animal, sino que permite un espacio que también facilita la discriminación hacia ciertos colectivos humanos a quienes se denigra equiparándolos a los animales (Caviola et al., 2019). Diversos estudios han puesto de manifiesto que reducir este abismo moral en la relación humanos-animales, enfatizando la similitud de los animales con los humanos, no solo aumenta la preocupación moral por los animales sino también por los grupos humanos marginados, y disminuye el prejuicio contra los mismos (Dhont et al., 2019).
A lo largo de la historia, los prejuicios y la discriminación han ocurrido en contextos sociales en los que se justifica y entiende su existencia como algo normal, natural y necesario, para perpetuar la opresión de diversos colectivos desfavorecidos (Joy, 2011). El maltrato que ejercemos hacia los animales, por muy normalizado que lo tengamos, también es un prejuicio, y se conoce como especismo. El especismo se define como el trato discriminatorio de los animales basado meramente en su pertenencia a una especie y conlleva la creencia generalizada en la superioridad moral inherente de los humanos sobre los animales (Singer, 1975). Habiendo evidencia de que los animales son individuos con consciencia, capaces de sentir y experimentar el dolor y el sufrimiento al igual que nosotros los humanos, y teniendo evidencia de que consumir productos animales no solo es innecesario para vivir (Craig & Mangels, 2009), sino que además es perjudicial para nuestra propia salud y la de nuestro planeta, no existe justificación moral para seguir condenando a estos seres sin voz a una vida de agonía y opresión; para seguir asignando más valor a nuestra conveniencia que a sus vidas.
Así pues, el cómo justificamos el hecho de comer carne, tiene que ir más allá de nuestras elecciones alimentarias y del placer sensorial del gusto. Se trata de revisar cómo entendemos nuestra relación con los animales con los que coexistimos en este mundo, y lo que esto supone en las relaciones entre los propios humanos. Seguir aferrándonos a nociones de supremacía y superioridad basándonos en nociones arbitrarias como el color de piel, el género, la raza o la especie, nos hace retroceder y nos aleja de nuestro progreso como sociedad.
“La grandeza de una nación y su progreso moral puede ser juzgado por la forma en que sus animales son tratados”
– MAHATMA GANDHI
Por todo ello, es hora de cuestionarnos nuestra relación con los animales. De poner a prueba los paradigmas en los que hemos nacido y las creencias que nos han sido inculcadas sin ser cuestionadas; de mirar más allá de ellas.
“Y yo, ¿Qué pienso de nuestra relación con los animales? ¿Qué pienso de la crueldad y el maltrato animal? ¿Es algo que yo he decidido apoyar y con lo que estoy de acuerdo o, por el contrario, es algo que me ha venido dado por hecho?”
Andrea Lasheras Perales
OTROS RECURSOS DE INTERÉS
Link a la entrevista entera con Steve Loughnan: https://www.youtube.com/watch?v=sUFRZwW2tR4&t=1s
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Bastian, B., & Loughnan, S. (2017). Resolving the Meat-Paradox: A Motivational Account of Morally Troublesome Behavior and Its Maintenance. Personality and Social Psychology Review, 21(3), 278–299. https://doi.org/10.1177/1088868316647562
Bilewicz, M., Imhoff, R., & Drogosz, M. (2011). The humanity of what we eat: Conceptions of human uniqueness among vegetarians and omnivores. European Journal of Social Psychology, 41(2), 201–209. https://doi.org/10.1002/ejsp.766
Caviola, L., Everett, J. A. C., & Faber, N. S. (2019). The moral standing of animals: Towards a psychology of speciesism. Journal of Personality and Social Psychology, 116(6), 1011–1029. https://doi.org/10.1037/pspp0000182
Craig, W. J., & Mangels, A. R. (2009). Position of the American Dietetic Association: vegetarian diets. Journal of the American Dietetic Association, 109(7), 1266–1282. https://doi.org/10.1016/j.jada.2009.05.027
Dhont, K., Hodson, G., Loughnan, S., & Amiot, C. E. (2019). Rethinking human-animal relations: The critical role of social psychology. Group Processes and Intergroup Relations, 22(6), 769–784. https://doi.org/10.1177/1368430219864455
Joy, M. (2011). Why we love dogs, eat pigs, and wear cows: An introduction to carnism. Berkley, CA: Conari press
Loughnan, S., Bratanova, B., & Puvia, E. (2012). The Meat Paradox: How Are We Able to Love Animals and Love Eating Animals? Mind, 1(January 2016), 15–18.
Loughnan, S., Haslam, N., & Bastian, B. (2010). The role of meat consumption in the denial of moral status and mind to meat animals. Appetite, 55(1), 156–159. https://doi.org/10.1016/j.appet.2010.05.043
Singer, P. (1975). Animal liberation: A new ethic for our treatment of animals. Avon