“Hombre, por supuesto, aunque no tuviese hijos, ¿eh? Aunque no tuviese hijos una mujer ya siempre está peor mirada que un hombre, siempre. Un hombre, mira este que se ha emborrachado, mira este qué tonterías está haciendo, mira que tal; ay, jaja, jiji. Una mujer no, una mujer… somos muy distintas porque te exige mucho más la vida, te exige mucho más estar arreglada, te exige mucho más el cuidar a tus hijos, te exige el estar con tus padres, te exige muchas cosas, te exige la educación de tus hijos, del cuidado de tus padres, de estar bien relacionada con tu familia, de que te vea la sociedad o la familia bien. A un hombre sin embargo, a un hombre se…, bueno, se le puede exigir un poquito más al hombre también dentro de su familia pero por supuestísimo no tiene nada que ver con la mujer”. [Mujer drogodependiente de 46 años entrevistada; Cantos, 2016].
Frente al consumo abusivo de sustancias, es erróneo pensar que la población consumidora es enteramente masculina ya que, pese a que supone una mayoría, existen también mujeres consumidoras. Las mujeres y los hombres no viven de forma análoga esta problemática social, ya que ambos son introducidos de un modo diferente en los procesos de socialización. En otras palabras, la invisibilidad de las consumidoras está relacionada con una sociedad que perpetúa las desigualdades de género como parte de un entramado cultural. Y por ello, se debe considerar el origen social como determinante para estas diferencias (Lal et al., 2015).
Que las mujeres consuman sustancias psicoactivas y no cumplan con las expectativas que la sociedad tiene de ellas dispara, a diferencia de los hombres, todas las alarmas (Cantos, 2016). Es decir, el comportamiento «desviado» de ellas suele ser magnificado (United Nations Office on Drugs and Crime, 2018). De ahí que el consumo de drogas sea concebido como un eje de la identidad masculina, mientras que en el caso de las mujeres como un acto inadecuado que cuestiona su propio rol de género (Cantos, 2016). Al hilo de lo anterior, conviene señalar que si no se cuestionan o discuten las conductas masculinas se debe a que hemos asumido la plena normalidad de éstas.
Dado que es la mujer la que transgrede los comportamientos normativos asociados, lo que se traduce en una desobediencia del rol femenino, se devalúa su imagen como consumidora contribuyendo al aumento del estigma y rechazo social (Lal et al., 2015). El estigma que sufren es mayor que el de los hombres debido a diversas causas, incluida la autopercepción de la incompatibilidad del consumo de drogas con el rol femenino, especialmente en la maternidad (Castaños et al., 2007; Del Pozo, 2005). Así pues, como resultado, ellas son víctimas de un doble estigma originado por la fuerte convergencia de dos problemáticas: la adicción y el género. Teniendo esto en cuenta, el consumo de drogas puede que solo sea relativamente aceptable para las mujeres jóvenes, ya que se espera que desempeñen sus roles en la edad adulta y cumplan con los mandatos de género que se les han encomendado (Cantos, 2016).
Los efectos psicosociales del consumo de drogas se deben a los mandatos de género, ya que juegan un papel fundamental (Cantos, 2016). El fuerte estigma de las consumidoras sin duda tiene que ver con la transgresión de ellos, como los que aparecen representados a continuación:

Los roles que se les atribuyen a las mujeres como cuidar, amar, comunicarse o conectarse con otras personas, resultan irreconciliables con la conducta de consumir sustancias psicoactivas (Cantos, 2016), a diferencia de los hombres. En consecuencia, el consumo dificulta o imposibilita que las mujeres cumplan con los mismos, lo que pone en tela de juicio su identidad y valor social. Así mismo, el castigo que reciben por no cumplir con sus roles genera una situación de discriminación devastadora (Giacomello, 2020), además de reducir sus oportunidades en el ejercicio de sus derechos.
Los problemas hasta ahora expuestos no solo parecen indicar el notable nivel de desigualdad que existe entre ambos grupos drogodependientes, sino que acreditan que la desviación social del rol femenino puede tener unas consecuencias lamentables para su propia integridad física y sexual (Cantos, 2020). Dado que el ámbito del consumo de las mujeres es percibido culturalmente como poco aceptado, se las desempodera y convierte en sujetos vulnerables frente al maltrato y abuso sexual (Farapi, 2009; Lal et al., 2015). En vista de que la mujer se encuentra en un estado atípico, se la puede llegar a «responsabilizar» del abuso que ha sufrido, como resultado de asumir una conducta de riesgo (Farapi, 2009). A medida que persisten los roles patriarcales, sus libertades son limitadas y enfrentan un mayor número de barreras personales, familiares y económicas que les impiden lograr su inclusión social (Romero et al., 2010). En efecto, las consecuencias de este fenómeno pueden resultar muy peligrosas (véase Ilustración 2). Puede encontrar más información sobre el consumo de drogas y sus efectos en las mujeres en el link https://www.unodc.org/wdr2018/prelaunch/WDR18_Booklet_5_WOMEN.pdf

Actualmente, a pesar de que los patrones de consumo, los efectos y las necesidades que muestran ambos grupos son diferentes, se tiende a responder con las mismas intervenciones (Lee & Boeri, 2017). En concreto, la situación de las mujeres dentro del sistema asistencial ha sido precaria, ya que los dispositivos que lo componían estaban condicionados funcionalmente por el predominio masculino, convirtiéndolas en casos especiales y extraordinarios para las cuales los servicios no están adaptados (Lal et al., 2015). En el diseño de programas de intervención, la falta del enfoque de género determina que gran parte de las consumidoras no se puedan adaptar con total éxito a los programas establecidos (Castaños et al., 2007). Luego, dichas dificultades entorpecen el acceso a los centros terapéuticos y la permanencia en el tratamiento (Lal et al., 2015).
Asimismo, el doble estigma de ser «mujer drogodependiente» impacta, por un lado, con la invisibilización del problema y, por otro, con la negación y solicitud tardía de ayuda (Lal et al., 2015). Todo esto se origina por la denostada imagen que existe de la mujer consumidora, la cual repercute interrumpiendo la detección del problema y su derivación (Giacomello, 2020). Por este motivo, las mujeres ejercen a su vez resistencia no pidiendo ayuda para su auxilio inmediato (Romero et al., 2010). Con lo que, estos prejuicios complicarían adicionalmente los procesos de recuperación e inclusión social.
El género, como ocurre en otros ámbitos de la vida de las personas, es un factor determinante para la salud (Hansen, 2019). Es evidente, la urgencia de integrar la perspectiva de género en el análisis social, focalizándolo dentro del área de las sustancias psicoactivas (políticas de prevención y de asistencia). Sin dicho enfoque, su efectividad se vería amenazada perpetuando, a su vez, la desigualdad de género (Giacomello, 2020). La segregación de espacios por género sería conveniente para enfocar algunas cuestiones, aunque otras puedan abordarse de forma mixta. Por lo que, es importante reconocer la inequidad de género al diseñar estrategias de rehabilitación y tratamiento de drogas (Romero et al., 2010). En última instancia, es fundamental establecer modelos y procedimientos de intervención que se adapten a sus necesidades, erradicando los prejuicios en torno a las mujeres drogodependientes, prejuicios que, por otra parte, nunca han respondido a la realidad.
¡¡Así pues, no olvidemos colocarnos las GAFAS anti-prejuicio!! 😉

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Cantos, R. (2016). Hombres, mujeres y drogodependencias. Explicación social de las diferencias de género en el consumo problemático de drogas. Madrid: Fundación Atenea.
Cantos, R. (2020). Imagen social de las personas con consumo problemático de drogas desde el enfoque de género y clase social. Revista Española de Drogodependencias, 45(1), 36–51.
Castaños, M., Meneses, C., Palop, M., Rodríguez, M., & Tubert, S. (2007). Intervención en drogodependencias con enfoque de género. Madrid: Instituto de la mujer, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales.
Del Pozo, J. (2005). Retos y perspectivas sobre las drogodependencias y género. Salud y drogas, 5(2), 117–135.
Farapi, S. L. (2009). Género y drogas. Vitoria-Gasteiz: Emakunde, Instituto Vasco de la Mujer.
Giacomello, C. (2020). The Gendered Impacts of Drug Policy on Women: Case Studies from Mexico. International Development Policy | Revue internationale de politique de développement, 12.
Hansen, G. (2019). Estigma, consumo de drogas y adicciones. Conceptos, implicaciones y recomendaciones. Madrid: Delegación Del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas.
Lal, R., Deb, K., & Kedia, S. (2015). Substance use in women: Current status and future directions. Indian J Psychiatry, 57(2), 275–285.
Lee, N., & Boeri, M. (2017). Managing Stigma: Women Drug Users and Recovery Services. Fusio: the Bentley undergraduate research journal, 1(2), 65–94.
Romero, M., Saldívar, G., Loyola, L., Rodríguez, E., & Galván, J. (2010). Inequidades de género, abuso de sustancias y barreras al tratamiento en mujeres en prisión. Salud mental, 33(6), 499–506.
United Nations Office on Drugs and Crime. (2018). Women and drugs. Drug use, drug supply and their consequences. Austria: United Nations publication.