Si reflexionamos sobre cómo vivimos y afrontamos nuestro día a día, en términos mentales podríamos considerar al ser humano como un individuo egocéntrico. Su punto de referencia es él mismo en este preciso instante, en el tiempo y en el espacio (Trope y Liberman, 2010). Por ello, nos resulta imposible experimentar un hecho en el pasado o vivirlo en el futuro, vivir otras realidades o en otro lugar que no sea el nuestro: porque nuestra vida se basa en el presente.
Sin embargo, esta idea no es tan estática como teóricamente podría parecer. Si fuera así, ¿cómo podríamos explicar que seamos capaces de trascender el ahora, nuestro presente, y tengamos la capacidad de imaginar planes lejanos, idear nuestras propias metas o imaginar hipótesis alternativas a nuestra realidad? La teoría del nivel de conceptualización (Construal Level Theory) (Trope y Liberman, 2010) nos muestra que somos capaces de formar representaciones mentales de todo aquello que esté distante a nosotrxs: recordar un encuentro que sucedió hace años, imaginar la reacción que pueda tener un amigo o hacer predicciones de nuestro desempeño en el trabajo. Ese distanciamiento se relaciona con situarse cerca o lejos de algo, con cómo percibimos eventos y experiencias, ajenas aparentemente a nuestro presente (Trope y Liberman, 2010). Pongamos varios ejemplos para reflejar los distintos tipos de distanciamiento: si nos ocurre algo en nuestra ciudad, lo percibiremos más cercano que si ocurre en otro país (distanciamiento espacial). Si un contratiempo le sucede a un familiar se considerará más cercano que si le ocurre a alguien desconocidx (distanciamiento social). Un evento imaginario se valorará como más lejano que uno que ya ha ocurrido (distanciamiento hipotético). Por último, si una experiencia nos ocurrió en el pasado, la percibimos más lejana que si ocurre de nuevo en la actualidad (distanciamiento temporal).
Nuestro cerebro es capaz de relacionar entre sí cada una de estas distancias, accediendo automáticamente a ellas incluso cuando no se relacionen con nuestro estado actual (Trope y Liberman, 2010). Así pues, podemos, por ejemplo, pensar en qué queremos hacer mañana desde nuestro momento presente.
En este sentido, es importante destacar que en los primeros años de vida adquirimos la capacidad de planificar un futuro lejano, considerar las posibilidades que no están presentes, interpretarlas y tomar la perspectiva de personas más distantes: pasando del egocentrismo inicial infantil al reconocimiento de otrxs, a ser capaces de empatizar desde el entorno social inmediato a grupos sociales más grandes y lejanos. Por tanto, a medida que crecemos, adoptamos un pensamiento más abstracto (Trope y Liberman, 2010).
La abstracción que implica pensar en personas o en grupos externos a nosotrxs puede cambiar nuestro juicio sobre todo aquello que no encaja en nuestras categorías. Es por ello que lo que aparentemente no nos identifica o no nos categoriza nos resulta más distante socialmente hablando. El aumento del resto de tipos de distancia psicológica que anteriormente mencionábamos (por ejemplo, personas procedentes de distintos países o de diferentes edades) puede incrementar esa distancia social entre los grupos, lo que lleva a una mayor cantidad de estas evaluaciones intergrupales negativas. De esta forma, cabe destacar cómo el prejuicio nace precisamente a través de una evaluación negativa de los miembros de un grupo; si sentimos desconocimiento o falta de familiaridad ante lo diferente, ya sean individuos o grupos, es más fácil que pueda darse una actitud más hostil hacia aquello con lo que no nos identificamos. De ahí que el prejuicio étnico nazca como un rechazo hacia personas con costumbres o rasgos socioculturales diferentes a los nuestros (Enesco et al., 2013).
La similitud interpersonal es otra forma en la que se manifiesta el distanciamiento psicológico, tanto lejano como cercano. Cuanto más similar es alguien para nosotrxs, más socialmente cerca nos parece, ya sea por nuestra apariencia física, procedencia o estatus social (Liberman et al., 2008). Sin embargo, todas las sociedades no comparten el mismo prejuicio étnico hacia los mismos grupos: no es una respuesta generalizada, sino que depende del contexto e historia política y socioeconómica del país (sería el caso de la población negra y los casos de emigración afroamericana en Estados Unidos, los gitanos en España, etc.).
Además, la distancia temporal y social puede aumentar o disminuir la familiaridad: es más probable que nos identifiquemos más con personas de nuestro propio país que con personas de un país lejano. La falta de familiaridad (y, por tanto, un mayor distanciamiento social) puede afectar a que se produzcan actos de discriminación, que involucran estereotipos, niveles de empatía y prejuicios étnicos. Por lo tanto, aumentar cualquier tipo de distancia psicológica puede tener consecuencias negativas para las relaciones entre grupos o individuos socialmente distantes.
Resulta interesante mencionar cómo el lenguaje puede jugar un papel fundamental a la hora de perpetuar un prejuicio y denotar a miembros de un mismo grupo étnico en función de su estatus social y económico: no es lo mismo referirse a un individuo como “moro” que como “árabe”. El lenguaje tiene connotaciones positivas y negativas en función de referencias etnohistóricas, reflejando en muchas ocasiones los valores y la cultura representativa de la sociedad. No por ello existe un lenguaje del prejuicio, sino que más bien se le da un uso prejuicioso, que varía según el contexto histórico y social predominante. En ese sentido, los grupos mayoritarios usan el lenguaje como un medio para perpetuar su dominación sobre otros grupos sociales, como son el caso de expresiones racistas, sexistas o xenófobas. Aunque el lenguaje no pueda generar por sí solo un cambio social, con él podemos evitar la creación de estereotipos y percepciones erróneas, disminuyendo, además, la proliferación de discursos de rechazo y odio (Terrán, 2001).
¿Racismo o xenofobia?
Es importante diferenciar el prejuicio étnico de conceptos como el racismo o la xenofobia. La xenofobia es un tipo de exclusión y rechazo que se da contra las personas ajenas al endogrupo étnico por el mero hecho de serlo, y es particularmente intensa por motivos raciales. No obstante, se diferencia del racismo en que la persona xenófoba no siente una superioridad racial o cultural, aunque para preservar su identidad cultural solamente acepta a los extranjeros e inmigrantes mediante su asimilación sociocultural. De esta forma, se acaban perdiendo las particularidades, prácticas y la originalidad de la identidad del grupo minoritario.
Por otra parte, el racismo incluye determinadas prácticas institucionales, culturales o individuales que sobrepasan el límite del prejuicio (Enesco et al., 2009), exacerbando el sentimiento de identidad racial de un grupo en detrimento a otros grupos étnicos, que son rechazados, discriminados e, incluso, perseguidos. Por ello, actualmente se dan más bien actos propios de xenofobia; es decir, con más frecuencia podemos estar presentes ante un prejuicio histórico, cultural, social o religioso a grupos étnicos diferentes al nuestro. No obstante, si valoramos cómo ha disminuido en los últimos años las formas más evidentes de racismo en nuestra sociedad, ¿podemos afirmar que el prejuicio racial manifiesto ha desaparecido?
Pese a que el prejuicio manifiesto y amplio hacia las minorías étnicas se ha reducido notablemente, realmente no se ha erradicado en su totalidad. Las nuevas formas del prejuicio racial responden a un cambio de concepto: si antes se expresaban en términos de inferioridad racial, actualmente se manifiestan de forma más abstracta y sutil. Por ejemplo, se defienden los valores tradicionales, se exageran las diferencias entre grupos o se expresan emociones negativas hacia lo diferente. Esa antipatía más sutil rechaza la forma tradicional y manifiesta de racismo, pero emite un discurso socialmente aceptado que nos da la posibilidad de marginar y discriminar a lxs inmigrantes sin tener conciencia de que nuestras actitudes y/o comportamientos son igualmente prejuiciosos (Retortillo y Rodríguez, 2008).
Pero ese rechazo sutil y ese origen del prejuicio en la sociedad se produce desde que somos pequeños. Comenzamos a categorizar para reducir la diversidad del mundo físico que nos rodea, y no es hasta aproximadamente los 7 años cuando se comienzan a reconocer las diferencias intragrupales. La teoría del desarrollo intergrupal analiza por qué una característica o un atributo personal se convierte en saliente a través del uso implícito del lenguaje, el etiquetado o la discriminación perceptiva, donde la raza juega un papel fundamental para establecer esa saliencia y, posteriormente, categorizar y desarrollar ese prejuicio. Meertens y Pettigrew (1997) buscan el origen del prejuicio sutil en la existencia de normas sociales que prohiben las expresiones abiertas del prejuicio y la discriminación. En este sentido, la distinción entre prejuicio sutil y manifiesto es especialmente aplicable a aquellos grupos de población o sociedades en los que las normas anti-prejuiciosas están bien asentadas, como pueden ser las personas con niveles altos de educación, los jóvenes y las personas políticamente liberales (Molero, Cuadrado y Navas, 2006).
El prejuicio en las redes sociales y en el humor: formas para distanciarnos
Dentro de esta sutileza que caracteriza el momento social actual, podemos encontrar este tipo de prejuicio de forma cotidiana sin que seamos verdaderamente conscientes de que se da. Dos ejemplos de ello residen en cómo nos comunicamos en las redes sociales y, dentro de ellas, en el uso que hacemos del humor.
En general, cuando se habla de humor se tiende a compartir la visión de estar refiriéndose a algo divertido e inofensivo (Ford et al., 2013). Sin embargo, no todo humor es inocuo: ¿en cuántas ocasiones hemos podido expresar con tranquilidad emociones negativas hacia una persona o un grupo determinado ya que se trata solo de un chiste? Y, aún más, bajo el anonimato que pueda respaldarnos en una red social.
De esta forma, la persona no tiene por qué responsabilizarse de los pensamientos expresados en forma de humor. En este sentido, conviene mencionar al denominado humor de denigración, entendido como una forma de transgresión, de violación social o de ruptura de reglas sobre lo que resulta adecuado socialmente hablando (Kochersberger et al., 2014), menospreciando o ridiculizando a los miembros de un grupo determinado en función de características estereotípicas atribuidas al mismo. Así, además de promover los estereotipos o actitudes prejuiciosas, el humor de denigración puede aumentar la tolerancia hacia actos discriminatorios, especialmente en personas con altos niveles de prejuicio hacia el grupo denigrado. Este tipo de humor se menciona ampliamente en la entrada elaborada por Ángel del Fresno, así como sus mecanismos, consecuencias y límites del humor.
Todos estos ejemplos más concretos en torno a las actitudes xenófobas actuales siguen partiendo del mismo fondo que las actitudes abiertamente racistas: el distanciamiento psicológico, que provoca que la empatía con los demás sea diferente en cuanto mayores sean las diferencias que percibamos en los otros. Al igual que sostiene la hipótesis de contacto, propuesta por Gordon Allport en 1954 y trabajada por Verónica Peñalver en su entrada para el blog, provocar una mayor convivencia con aquello que consideramos diferente pueda permitirnos disminuir tal distanciamiento y, de esa forma, evitar estas actitudes prejuiciosas.
Solo existe una raza: la raza humana.
(Ovejero, 1998)
Mariela Bustos Ortega
Bibliografía
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Ford, T., Woodzicka, J. A., Triplett, S. R., Kochersberger, A. O., y Holden, C. J. (2013). Not all groups are equal: Differential vulnerability of social groups to the prejudicereleasing effects of disparagement humor. Group Processes y Intergroup Relations, 17 (2), 178–199.
Husband, C. (1977). The mass media and the functions of ethnic humor in a racist society.La Fave, L., y Mannell, R. (1976). Does Ethnic Humor Serve Prejudice? Journal of Communication, 26 (3), 116–123.
Kochersberger, A., Ford, T., Woodzicka, J., Romero-Sanchez, M. y Carretero-Dios, H. (2014). The role of identification with women as a determinant of amusement with sexist humor. Mouton de Gruyter, 27, 441-460.
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Molero, F., Cuadrado, M. I., y Navas, M. S., (2006). Las nuevas expresiones del prejuicio racial: aspectos teóricos y empíricos. Estudios de Psicología Social, 85-120.
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