EL PREJUICIO: ORIGEN

A lo largo de la historia, los prejuicios han sido objeto de interés para la psicología social. En este post, queremos mostrar diferentes líneas de investigación acerca del origen del prejuicio y así comprenderlo en su totalidad.

Desde la antropología se considera que los desafíos ambientales presentes en nuestro pasado evolutivo propulsaron a los seres humanos ancestrales hacia la vida en grupos altamente interdependientes y cooperativos (por ejemplo, Leakey & Lewin, 1977). Esta «ultrasocialidad» (Campbell, 1982), «hipersocialidad» (Richerson & Boyd, 1995), o «interdependencia obligatoria»* (Brewer, 2001) probablemente evolucionó como un medio para maximizar el éxito individual: un individuo era presumiblemente capaz de ganar más recursos (por ejemplo, alimentos, agua, refugio, parejas) y alcanzar objetivos más importantes (por ejemplo, la crianza de las criaturas, la autoprotección) viviendo y trabajando con otras personas en el contexto de un grupo en comparación con vivir y trabajar en solitario. La vida en grupo interdependiente puede ser vista como una adaptación al medio -quizá la más importante (Barchas, 1986; Brewer & Caporael, 1990; Leakey, 1978). Esta unión en grupos supuso  la pérdida de la individualidad y pasar a ser miembro intercambiable de un grupo. Los orígenes de la teoría de la identidad social se encuentran en el trabajo llevado a cabo por Henry Tajfel en la década de los cincuenta en el área de la percepción categorial (Tajfel, 1957). Esta teoría propone que “por muy rica y compleja que sea la imagen que los individuos tienen de sí mismos en relación con el mundo físico y social que les rodea, algunos de los aspectos de esa idea son aportados por la pertenencia a ciertos grupos o categorías sociales” (Tajfel, 1981: 255). No obstante, la vida en sociedad conlleva ciertos riesgos para la harmonía social: si no se controlan tales amenazas, los costos de la sociabilización perderán rápidamente sus beneficios.

A día de hoy, los seres humanos nos organizamos en jerarquías grupales en las que existe un grupo hegemónico y al menos un grupo subordinado. Por lo tanto,  existe un contexto cultural, unas  ideologías culturales que explican y legitiman que los miembros de un grupo tengan más privilegios vitales sean mejores vistos que otros o tengan mayor aceptación del merecimiento de la situación social que ocupan. La teoría de la dominancia social mantiene que existen sistemas denominados factores psicológicos responsables del mantenimiento de esa jerarquía social. Los dos factores más importantes son la estructura político-social, la cual mantiene las discriminaciones basadas en la institución sistemática u otras prácticas sociales y la ideología,  la cual fomenta las creencias culturales como los mitos del origen, de los roles sociales o los estereotipos grupales (Pratto et al., 2000).

En este sentido, algunas investigaciones han analizado el proceso de formación de dichos estereotipos o mitos sociales y la influencia de la ideología en los mismos. Por ejemplo, estudios acerca de la correlación ilusoria*, siendo esta la tendencia a percibir la relación entre dos variables como más fuerte de lo que es en realidad, han demostrado que la ideología media en los procesos cognitivos básicos. En concreto, se encontró que aquellas personas que son conservadoras tienden a aprender mejor los estímulos y elementos negativos que los positivos (Carraro, Negri, Castelli, & Pastore, 2017).

De la mano de estos mecanismos de legitimación de la desigualdad encontramos el prejuicio, el cual ha sido reconocido desde hace tiempo por la psicología social. En 1954, Allport definió el prejuicio como una actitud o sentimiento general desfavorable hacia un grupo y sus miembros. Esta conceptualización del prejuicio como actitud general o evaluación ha dominado durante mucho tiempo la mayoría de los enfoques teóricos y empíricos diseñados para explicar los orígenes, las operaciones y las implicaciones de los sentimientos intergrupales. No obstante, otros enfoques plantean la explicación del prejuicio desde una postura multidimensional. Una de las nuevas líneas de investigación que adoptan esta perspectiva es la teoría de la emoción grupal (Thompson, 2010). Lo interesante de esta teoría es que diferencia entre las emociones intergrupales (es decir, sentirse como los demás) de la experiencia de la empatía  (sentir por otros). Además, le otorga diferentes pensamientos, evaluaciones y conductas de un grupo con respecto a otro. Sus antecedentes son la categorización social * y la producción de evaluaciones intergrupales. Estas últimas consisten en la interpretación de los eventos donde media la importancia de la experiencia y los efectos de las emociones de forma diferenciada.

Lo interesante de esta teoría es la importancia que se le otorga a las emociones, las cuales pueden provocar diferentes actuaciones a nivel grupal. Siguiendo el esquema anterior, algunos ejemplos podemos observarlos en la siguiente tabla:

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Por lo tanto, sabemos que la interpretación que hacemos de los eventos repercute en las emociones que sentimos y por lo tanto en la conducta que presentamos. La teoría socio-funcional (Cottrell & Neuberg, 2005) va mas allá indicando que no sólo los grupos difieren de la misma manera en sus pensamientos intra e inter grupales, sino que cada individuo de un mismo grupo interpreta de una forma distinta a diferentes grupos, sin la necesidad de existir ninguna amenaza.

Por último, cabe mencionar que estas posturas acerca del origen del prejuicio no son las únicas, ya que sigue creciendo la investigación acerca de otros factores atencionales y motivacionales, ampliándose un campo muy enriquecedor. Por lo tanto, concluir que tras este pequeño viaje a través de la historia del prejuicio, desde sus inicios con Allport, pasando por las teorías de la dominancia, justificación e identidad social, hasta nuevas líneas de investigación como son los aprendizajes implícitos, el origen del prejuicio sigue siendo un tema sin respuesta. Por ello, y para cada lector/a de esta publicación, dejo el siguiente vídeo para reflexionar, ya que como decía Albert Einstein: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”

 

Patricia Mochón Robledo

BIBLIOGRAFÍA

Becker, J. C., Wagner, U. & Oliver Christ, O. (2011). Consequences of the 2008 financial crisis for intergroup relations: The role of perceived threat and causal attributions. Group Processes & Intergroup Relations, 14(6) 871– 885.

Carraro L, Negri P, Castelli L, Pastore M (2014) Implicit and Explicit Illusory Correlation as a Function of Political Ideology. PLoS ONE 9(5): e96312. doi:10.1371/journal.pone.0096312

Cotrell, C. A., Neuberg, S. L. (2005). Different emotional reactions to different groups: A sociofunctional threat-based approach to “prejudice”. Journal of Personality and Social Psychology, 88, 770-789.

Nelson, T. D. (Ed.). (2009). Handbook of prejudice, stereotyping, and discrimination. Psychology Press.

Pratto, F., Liu, J., Levin, S., Sidanius, J., Shih, M., Bachrach, H., & Hegarty, P. (2000). Social dominance orientation and the legitimization of inequality across cultures. Journal of Cross-Cultural Psychology, 31, 369–409.

Scandroglio, B., Martínez, J. S. L., & Sebastián, M. C. S. J. (2008). La teoría de la identidad social: una síntesis crítica de sus fundamentos, evidencias y controversias. Psicothema20(1), 80-89.

¿Cómo reaccionamos ante el prejuicio? Aceptación, afrontamiento o resistencia.

 

El prejuicio está presente en gran parte de nuestra vida y podemos reaccionar de diferentes formas. Desde perspectivas individuales podemos afrontar el prejuicio o realizar cambios a través de la movilidad individual. Desde un enfoque grupal podemos aceptar el prejuicio a través de la legitimación o producir un cambio social.


Todas las personas hemos sufrido prejuicio en algún momento de nuestras vidas o incluso hemos sido los perpetradores de ese prejuicio hacia los demás, pero ¿cómo reaccionamos ante el prejuicio? Podemos aceptarlo, resistirlo o enfrentarnos a él.

Desde la psicología social se ha estudiado la forma que tenemos de reaccionar al prejuicio, desde perspectivas individuales; a través de la mejora de los resultados personales y dejando atrás al propio grupo, hasta perspectivas más sociales o colectivas: los miembros de un grupo pueden querer mejorar colectivamente la posición de su grupo (de Lemus & Stroebe, 2015; Leach & Livingstone, 2015).

Reacciones ante el prejuicio: estrategias a nivel a individual.

Afrontamiento.

El prejuicio y la discriminación son factores estresantes en la vida de las personas estigmatizadas. Por ejemplo la percepción del prejuicio por parte de las personas afroamericanas puede derivar en ira, ansiedad o miedo  (Armsteand, Lawler, Gorden, Cross y Gibbons, 1989). El prejuicio tiene una característica estresante; a menudo no se sabe si se produce por el resultado de la discriminación o por algún otro factor que pueda producir el estrés (Atribución a la discriminación).

Compas y colaboradores,  han propuesto un modelo de afrontamiento y de respuesta al estrés (2001), distinguiendo entre respuestas voluntarias e involuntarias. No todo lo que hace una persona en respuesta al estrés puede considerarse afrontamiento. Las respuestas voluntarias son conscientes para regular la emoción, el pensamiento o el comportamiento en respuesta al estrés. Por el contrario, las respuestas involuntarias están en gran medida fuera del control de la persona y no sirve para regular el estrés.

Las principales respuestas de afrontamiento ante el prejuicio y el estrés, son la distracción, el pensamiento positivo y la reestructuración cognitiva. Las dos formas principales para no llevar a cabo el afrontamiento, son la evitación física de las situaciones en las que el estigma puede ser un problema (Pinel., 1999; Swim et al, 1998).

Movilidad individual.

Una de las estrategias a nivel personal para resistir el prejuicio, es la movilidad individual, entendida como un cambio ascendente en la escala social. La estrategia de movilidad depende de la interpretación que los miembros de un grupo de bajo status (por ejemplo: las personas negras) hacen de su situación de discriminación; si piensan que tienen acceso abierto a un grupo de alto estatus, intentarán de forma individual alcanzarlo (por ejemplo iniciar una carrera política). Es el caso de Barack Obama, perteneciente a un grupo de bajo estatus en su país y llegando a ser presidente de los EEUU. A veces cuando las personas procedentes de un grupo de bajo estatus consiguen ascender en la escala social, se identifican en menor medida con su grupo de origen. Este fenómeno se observó en mujeres que han alcanzado puestos importantes en su carrera profesional y se vuelven menos solidarias con el resto de mujeres (“Síndrome de la abeja reina”; Derks et al, 2011). Este mismo fenómeno se ha observado también en otras minorías, por ejemplo en trabajadores de origen hindú en Holanda. Por tanto, como señalan las autoras de estos trabajos es importante entender que no se trata de un fenómeno específico de las mujeres que alcanzan puestos de poder, sino de una estrategia que cualquier miembro de un grupo desfavorecido puede adoptar para gestionar las presiones que sufre en un ambiente competitivo que discrimina sistemáticamente a su grupo.

A continuación se presente un fragmento de la película  “El diablo viste de Prada” donde se refleja bastante bien el fenómeno de abeja reina.

https://www.youtube.com/watch?v=J21NO43kVPA

Reacciones al prejuicio desde una perspectiva colectiva.

Aceptación.

La aceptación del prejuicio conlleva a la legitimación de éste. Las diferencias en las relaciones jerárquicas entre los grupos sociales son estables a través del tiempo y difíciles de cambiar. Estas desigualdades existen no solo por los esfuerzos de los grupos dominantes, sino también por la pasividad de los grupos no dominantes (no hacen nada por cambiar la desigualdad). En las sociedades capitalistas las diferencias entre grupos están creciendo con el tiempo contribuyendo a la aceptación y legitimación de la desigualdad social y culpando a victimas individuales en lugar de a factores sociales (Hafer & Bégue, 2005)

Acción colectiva.

La acción colectiva es una estrategia de reacción hacía el prejuicio dirigida a cambiar la situación de un grupo discriminado en su conjunto, en lugar de un solo individuo. La acción colectiva y la protesta social son las principales vías para conducir el cambio social (van Zomeren, & Spears, 2008). Se han identificado tres elementos clave en la acción colectiva: la eficacia del grupo, la percepción de la injusticia y la identificación con el grupo (Klandermans, 2004):

-La eficacia grupal, entendida como el esfuerzo compartido por un grupo para mejorar sus condiciones. Por ejemplo: Personas latinoamericanas se manifiestan para conseguir mejorar sus condiciones laborales.

La percepción de la injusticia. Los grupos realizan comparaciones con otros grupos y se perciben en desventaja de forma injusta. Por ejemplo: Personas latinoamericanas se comparan con españoles en el mundo de la construcción y perciben que tienen peores condiciones laborales haciendo el mismo trabajo.

 -La identificación de grupo. Cuando las personas se sienten muy identificadas con su grupo van a realizar más acciones colectivas que si no lo están. Por ejemplo: Las personas latinoamericanas lucharan más por los derechos de su colectivo en la medida en que se perciben a sí mismas como miembros de la comunidad latinoamericana en nuestro país.

 En definitiva, ¿cómo reaccionamos ante el prejuicio? Podemos aceptarlo a través de la legitimación, propiciada por los esfuerzos de los grupos dominantes y la pasividad de los grupos no dominantes; enfrentarnos a él de forma individual, siguiendo estrategias de movilidad individual si la interpretación es favorable para realizar un cambio ascendente en la escala social; o combatirlo a nivel social, por medio de la acción colectiva y la protesta social para producir un cambio en la sociedad.

Amalia Salas


BIBLIOGRAFIA.

Armstead, C. A., Lawler, K. A., Gorden, G., Cross, J., & Gibbons, J. (1989). Relationship of racial stressors to blood pressure

Compas, B. E., Connor-Smith, J. K., Saltzman, H., Thomsen, A. H., & Wadsworth, M. E. (2001). Coping with stress during childhood and adolescence: Problems, progress and potential in theory and research. Psychological Bulletin, 127.

Costa-Lopes, R., Dovidio, J.F., Pereira, C.R., & Jost, J.T. (2013). Social psychological perspectives on the legitimation of social inequality: Past, present, and future. European Journal of Social Psychology, 43, 229-237.

Ely, R. J. (1994). The effects of organizational demographics and social identity on relationships among professional women. Administrative Science Quarterly, 39, 203–238.

de Lemus, S., & Stroebe, K. (2015). Achieving social change: a matter of all for one? Journal of Social Issues, 71.

Derks, B., Van Laar, C., Ellemers, N., & de Groot, K. (2011). Gender-bias primes elicit queen-bee responses among senior policewomen. Psychological Science, 22, 1243-1249.

Gaertner, S. L., & Dovidio, J. F. (2000). Reducing intergroup bias: The common ingroup identity model. New York: Psychology Press.

Hafer, C. L., & Bègue, L. (2005). Experimental research on just-world theory: Problems, developments, and future challenges. Psychological Bulletin, 131, 128–167.

Klandermans, B. (2004). The demand and supply of participation: Social psychological correlates of participation in a social movement. In D. A. Snow, S.

Soule, & H. Kriesi (Eds.), Blackwell companion to social movements (pp. 360–379). Oxford: Blackwell.

Miller, C. H. & Kaiser, C. R. (2001). A theoretical perspective on coping with stigma. Journal of Social Issues, 57, 73–92.

Leach, C. W., & Livingstone, A. (2015). Contesting the meaning of intergroup disadvantage: Towards a psychology of resistance. Journal of Social Issues, 71, 614-632.

Pinel, E. C. (1999). Stigma consciousness: The psychological legacy of social stereotypes. Journal of Personality and Social Psychology, 76, 114–128.

Ruggiero, K. M.,&Taylor, D. M. (1997). Why minority group members perceive or do not perceive the discrimination that confronts them: The role of self-esteem and perceived control. Journal of Personality and Social Psychology, 72, 373–389.

Swim, J. K., Cohen, L. L., & Hyers, L. L. (1998). Experiencing everyday prejudice and discrimination.In J. K.

Swim & C. Stangor (Eds.), Prejudice: The target’s perspective (pp. 37–60). San Diego, CA: Academic.

Van Zomeren, M., Postmes, T., & Spears, R. (2008).Toward an integrative social identity model of collective action: A quantitative research synthesis of three socio-psychological perspectives. Psychological Bulletin, 134, 504–535. doi: 10.1037/0033-2909.134.4.504.

 

 

CORPORALIDADES DISIDENTES

Desmontando los criterios que justifican la Gordofobia

THEYRTYJ

El siguiente ensayo trata de exponer la discriminación que sufren las personas gordas, así como cuestionar los criterios médico y estético que la sustentan, y mostrar las consecuencias de esta; para finalmente visibilizar la lucha por la diversidad corporal.


¿Cuántas veces a lo largo de vuestra vida os han criticado, juzgado o cuestionado por vuestro peso?, ¿Cuántas veces habéis hecho lo propio con otras personas? ¿Cuántas veces os habéis sentido insatisfechxs con vuestro cuerpo?,  Todas estas son cuestiones que, a pesar del devastador efecto que puedan tener en nuestras vidas, aceptamos, e incluso justificamos habitualmente.

Tal y como plantea Marcela Lagarde, los cuerpos no son productos bilógicos, sino productos sociales sujetos a control, programados y desprogramados para cumplir determinados fines sociales. En esta misma línea, Foucault plantea que estos dispositivos de control domestican y regulan los cuerpos, sometiéndolos así a la estructura hegemónica patriarcal.

Este patriarcado establece límites mucho más laxos para hombres que para mujeres, así como una discriminación mucho menos evidente, intensa y continuada. Es innegable que al sistema heteropatriarcal le molesta que haya mujeres que rompan con los cánones establecidos, revelando un cuerpo y una sexualidad que no están supeditados a los deseos de hombres heterosexuales, por lo que castiga a quienes salen de la norma.

La comunidad gorda es objeto de estereotipos, prejuicios (ver entrada ¿Qué es el prejuicio?) y discriminación de múltiples formas. Los estereotipos en torno a este colectivo, suelen representar personas egoístas, ociosas (Arnaiz, 2011), sucias, vagas, dejadas (Piñeyro, 2016), avariciosas, con falta de voluntad, conductas antisociales (Greenberg, 2003), bajo autocontrol, e incluso menor razonamiento social y escasas habilidades de cooperación (Solbes, 2008). Estos estereotipos son reproducidos incesantemente a través de medios de comunicación y productos culturales, contribuyendo así al mantenimiento y extensión del prejuicio, y la consecuente discriminación.

La gordofobia es definida como una “expresión de odio hacia cuerpas que no encajan con los patrones corporales normativos”(Alvarez, 2014), así como un tipo de rechazo social y discriminación consolidada a través de tres ejes; cultural, institucional, y social (Piñeyro, 2016).

A nivel cultural son constantes los bombardeos mediáticos que presentan imágenes de personas gordas sujetas a estereotipos negativos. Asimismo, institucionalmente el colectivo de personas gordas ha sido denostado principalmente en los ámbitos laboral y sanitario; restringiendo su acceso laboral bajo el requisito de “buena presencia”, excluyéndolas de la seguridad social y clasificándolas bajo criterios médicos cuestionables como el Indice de Masa Corporal (IMC) (Jimenez, 2013) entre otras. Por otro lado, a nivel social, son excluidas de las relaciones de tipo afectivo-sexual, además de sufrir acoso callejero y bulling (en todas sus formas) en mayor medida que la población con una corporalidad normativa.

La discriminación gordófoba, posee ciertas características diferenciadoras de otras formas de discriminación. La población gorda no presenta sesgo positivo o discriminación endogrupal, es decir, las personas gordas no se sienten orgullosas de pertenecer a esta categoría social. Asimismo, se produce una atribución de responsabilidad por parte de otrxs y ellxs mismxs, de modo que, en vez de culpar a quienes les juzgan por su peso, habitualmente se culpan ellxs mismxs, dando lugar a un empeoramiento de la autoestima (Crocker, 1993). Además, tal y como muestra la Teoría de la Atribución de Weiner (1995), cuando una característica negativa se percibe como “controlable” es más estigmatizada que cuando se considera incontrolable, tal y como sucede con la obesidad (y con el VIH, ver entrada). A diferencia de otros colectivos (étnicos por ejemplo), tampoco existen (o son muy pocos) modelos positivos de personas gordas con las que estas puedan identificarse, y el prejuicio al que son sometidxs aumenta a lo largo de los años. Por último, es importante resaltar, que paradójicamente, quienes rechazan y estigmatizan la gordura consideran que de algún modo están ayudando o incentivando a quien critican, obviando que estas críticas aumentarán el estrés de estas personas, así como conductas alimenticias no saludables (Fairburn, 1997).

Esta gordofobia se sustenta bajo criterios médicos, estéticos. La medicina moderna como institución reguladora de la salud social fomenta la lipofobia y la gordofobia mediante discursos culpabilizadores y de alarma social respecto a la obesidad. Estos discursos se basan en una categorización diagnóstica a partir del IMC, el cual ha sido ampliamente cuestionado debido a sus limitaciones como herramienta cuantitativa, e investigaciones que plantean una alta relación entre obesidad y mortalidad. Sin embargo, existen otras líneas de investigación la cuales exponen que la obesidad podría jugar un papel protector en la salud (Jimenez, 2013).

En un sentido estético, la delgadez se asocia con la belleza, el estatus y el atractivo sexual, excluyendo a cualquier cuerpo disidente. Esta visión se extiende constantemente a través de los medios de comunicación, y es asumida por la mayoría de la población, negando muchas veces la sexualidad de las personas gordas.

Estos discursos generan una cantidad de dinero ingente a partir de la venta de productos light y medicamentos para controlar el peso, gimnasios, clínicas estéticas etc.

Toda esta presión tiene como consecuencia un deterioro de la salud física y psicológica de las personas gordas; presentando mayores niveles de ansiedad, depresión y conductas suicidas, así como un auto-concepto negativo, conductas alimenticias de riesgo, y menor calidad de vida (Solbes, 2008), mayores niveles de estrés y menor auto-control (Mayor, 2012).

Resistiendo a toda esta violencia, surge la lucha por la diversidad corporal en EEUU a finales de los 60.  Partiendo de que las presiones corporales afectan a cualquier  persona que escape de la normatividad, resulta esencial aunar las luchas entre trans, gordxs y personas con diversidad funcional. Así como analizar de qué forma interseccionan los ejes de género, etnia y clase social; puesto que existe abundante evidencia empírica la cual muestra que tanto las mujeres, como las personas racializadas, y las personas pobres sufren sobrepeso en mayor medida (Giacoman, 2009). Durante los últimos años estas luchas han cogido fuerza en internet mediante grupos de facebook como StopGordofobia, Lodifobia, Ramonak, Orgullo Gordo,  Cuerpos Empoderados, y Gorda! Zine, entre otras.

Irene Barrasa


BIBLIOGRAFÍA

Arnaiz, M. (2011). La medicalización de la obesidad. Concepciones y experiencias sobre la gordura en jóvenes con» exceso» de peso. 34; 225-241.

Álvarez, C. (2014). La Cerda punk. Ensayos desde un feminismo gordo, lésbiko, antikapitalista y antiespecista. Trío Editorial.

Fairburn, C. G., Welch, S. L., Doll, H. A., Davies, B. y O’Connor, M. E. (1997). Risk factors for bulimia nervosa: A community-based, case-control study. Archives of General Psychiatry, 54, 509-17.

Crocker, J., Cornwell, B., & Major, B. (1993). The stigma of overweight: Affective consequences of attributional ambiguity. Journal of personality and social psychology64(1), 60.

García López de Aguileta, I. (2017). Género, gordura y feminismo. La experiencia de mujeres feministas en la CAPV.

Giacoman Hernández, C. (2009). Medicalización, género y estatus en la construcción social de la corpulencia en Chile. XXVII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología. VIII Jornadas de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. Asociación Latinoamericana de Sociología, Buenos Aires.

Greenberg, B.S., Eastin, M., Hofschire, L., Lachlan, K. y Brownell, K. D. (2003). Portrayals of overweight and obese individuals on commercial television. American Journal of Public Health, 93, 1342–8.

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Weiner, B. (1995). Judgments of responsibility: A theory of social conduct. NY: Guilford.

Automaticidad y control de los estereotipos y el prejuicio.

Procesos implícitos y explícitos.

¿Por qué pensar lo que no quiero pensar? ¿Por qué sentir lo que no quiero sentir? Todxs tenemos prejuicios, pero muchas veces desconocemos tenerlos.


Vivimos en un mundo lleno de prejuicios y estereotipos, día a día experimentamos y observamos comportamientos y actitudes que dañan, menosprecian y discriminan a otras personas por el simple hecho de no pertenecer a nuestro grupo o solamente por demostrar y ejercer poder y estatus. Es lamentable que aun en tiempos de “civilización”  estos comportamientos sigan existiendo entre las diferentes culturas y sociedades. Luchar por una sociedad libre de prejuicios y estereotipos es un trabajo constante que se debe fomentar desde la niñez en nuestros hogares para que en futuros próximos dichos comportamientos hayan disminuido.

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Socialmente hombres y mujeres son percibidos completamente diferentes, se les atribuyen características y cualidades que los diferencian unxs de otrxs. Rasgos asociados con la masculinidad implican mayor estatus de poder e influencia que los rasgos asociados con la feminidad. Por ejemplo las mujeres se perciben como cálidas, cuidadoras, responsables de las actividades del hogar, mientras que los hombres se perciben como fuertes, jefes del hogar, proveedores, líderes (tienden a ocupar cargos de jefaturas que les permita ejercer poder). Lamentablemente dichos rasgos son aceptados y reforzados constantemente por una gran mayoría de personas. Así mismo, los prejuicios también están presentes en la sociedad y en las personas. Todxs tenemos prejuicios, de una o de otra manera siempre tendemos a manifestar actitudes prejuiciosas, a veces producidas de una manera involuntaria o implícita.

Los procesos implícitos son aquellos comportamientos y actitudes involuntarias que escapan a nuestro control consciente. Es decir su activación es automática. Mientras que en procesos explícitos la persona está consciente y tiene el control de ellos (Kawakami y Dovidio, 2000). Ambos procesos surgen de la naturaleza misma de las actitudes las cuales sirven para gestionarel entorno de las personas, facilitan la consecución de objetivos y las relaciones con otras personas dentro de ese entorno, de una manera rápida y eficiente llevando a cabo un proceso de simple evaluación que puede ser negativo o positivo (Montes-Berges y Moya, M. 2006). Aunque los  procesos implícitos son menos evidentes pueden ser más perjudiciales que los procesos explícitos, porque al ser menos evidente la gente que la sufre y que la lleva a cabo es menos consciente y por tanto es más difícil detectarlos y combatirlos.

Ejemplo de actitudes implícitas y explícitas

Explícito: el comportamiento abierto racial que se tenga ante una persona por  el simple hecho de pertenecer al grupo externo. Por ejemplo, en prejuicios que se tengan de personas blancxs hacia negrxs: rechazar estar en el mismo  lugar  o no permitir que hijxs de blancxs se relacionen con hijxs de negrxs.

Implícito: cuando vamos por calle y miramos a una persona de color se activa la palabra “negrx” automáticamente en nuestro cerebro, por tanto se activa un pensamiento racial sin que lo deseemos y sin poderlo evitar que a veces puede influir de forma no consciente en nuestra conducta (por ejemplo, desviar la mirada, cambiar de acera).

Cuando las respuestas son automáticas, más difícil será controlarlas e inhibirlas, por lo cual aunque no deseemos sentir el prejuicio y tratemos de controlarlos se activan de una manera involuntaria. De acuerdo con Allport (1954),cuando el conflicto interno está, las personas pueden poner frenos sobre sus prejuicios ya que el control interno funciona en diferentes circunstancias, por tal motivo se puede tener control en cualquier lugar. Pero a pesar que se quiera de tener control, en ocasiones el contexto donde nos encontremos puede generar una mayor negatividad automática hacia algunos grupos (Maddux, Barden, Brewer, y Petty, 2004). Por ejemplo después de de los atentados del 11 de septiembre de 2001, puede ser muy difícil para muchas personas prevenir que un pensamiento de prejuicio entre a sus mentes cuando se encuentran como pasajero de avión o miran en un aeropuerto a un hombre de aspecto árabe.

¿Por qué sentir lo que no quiero sentir?

Las personas que varían en su motivación para controlar las reacciones prejuiciadas (MCPR) responden de manera diferentes a las manipulaciones del contextocuando el prejuicio es probable que suceda. Puede ser el caso cuando se encuentra a una persona negra por un callejón oscuro, dicha situación puede activar una fuerte señal de sensación y pensamiento que active la MCPR para que la persona evite emitir una posible respuesta de prejuicio (Maddux et al. 2004). Aunque tengamos la firme convicción de que no somos personas con prejuicios, cuando se nos presenta una situación en la que los prejuicios se activan de manera implícita nos sentimos culpables y experimentamos sensación de enfado y reproche con nosotrxs mismxs por sentir algo que no queremos sentir.Sin embargo,mientras más nos expongamos ante esa situación que nos generala activación de un prejuicio implícito ante una persona del grupo externo, podremos ir regulando de manera significativa dichaactitud y así poder tener un control que reduzca los prejuicios.

Quiero compartir mi historia personal:

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Soy una chica de El Salvador me considero una persona sin  prejuicios y que trata a todxs por igual. Actualmente vivo en España es mi primera vez en este país muy diferente al mío. Cierta noche salí con un grupo de amigas a tomar una capa, una de ellas llego acompañada de un hombre de color negro, ella lo presentó a todo el grupo de amigas incluida yo. Era la primera vez en mi vida que tenía un contacto tan cercano con una persona de color negra, en algunas ocasiones en mi país y  en España solamente lxs he visto caminando por la calle pero nunca había tenía un contacto cercano con algunx de ellxs, mucho menos tomar una copa juntxs.

Todxs nos sentamos y comenzamos hablar. Yo sentía que algo en mí no estaba bien, no podía parar de ver a ese hombre, miraba mi piel y miraba la de él fue algo tan impactante estar junto a él y no entendía porque razón sentía algo que no quería sentir. Esa sensación y pensamiento mi hicieron sentir muy mal conmigo misma pero no sabía qué hacer para no sentirme así. Más tarde, llegué a casa, llamé a mi madre a El Salvador y le conté lo sucedido, pero después me sentí mucho peor porque estaba reforzando mucho más mis pensamientos, los cuales no quería sentir.

A la semana siguiente salimos nuevamente con mis amigas y con este chico. No sentí lo mismo que la primera vez que lo conocí pero tampoco puedo decir que no lo sentí en algún momento. Me sentí muy avergonzada, enfadada y decepcionada conmigo misma por darme cuenta que tenía un prejuicio que no sabía que lo tenía, quizás no lo sabía porque nunca había estado expuesta ante una situación como la que he descrito.

Ahora, hemos salimos de fiesta en varias ocasiones con el grupo de amigxs, he trabajo mucho esta situación. He tenido más contacto y acercamiento con este chico, he regulando mis pensamientos y sensaciones, espero que la próxima vez que conozca a una persona de color negra mi proceso implícito haya desaparecido. No puedo decir que me sienta orgullosa conmigo misma pero estoy trabajando para  que algo similar como esto no me vuelva a suceder.

Aunque los prejuicios y estereotipos estén presentes y socialmente son aceptados y reforzados, debemos tener conciencia y comprender que todxs somos iguales, que todxs vivimos en el mismo mundo y que nadie es diferente a otrxs.

Nancy Cortez


BIBLIOGRAFÍA:

Allport, G. (1954). The nature of prejudice. Reading, MA: Perseus Book Publishing.

Kawakami, K. & Dovidio, J. F. (2000). The reliability of implicit stereotyping. Personality and Social Psychology Bulletin.

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Maddux W. W., Barden J., Brewer M. B., Petty R. E. (2005). Saying no to negativity: The effects of context and motivation to control prejudice on automatic evaluative responses. Journal of Experimental Social Psychology, 41, 19–35.

RELIGIOSXS O ATEXS, ¿QUIÉNES SON MÁS MORALES?

La relación entre la religiosidad y la moralidad es un tema largamente debatido en los últimos años tanto a nivel científico como informal. ¿Nos hace la religiosidad más morales? ¿Es incluso necesaria para ser morales? ¿Cómo son juzgadas las personas ateas en consecuencia? Los resultados encontrados en los estudios realizados muestran ciertas confusiones y limitaciones en esta relación. Por ello, se expondrá a continuación la relación entre religión, moralidad y prejuicio, tratando temáticas como la utilidad de la espiritualidad hoy en día.


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Prejuicio religioso.

Se define religiosidad como un término sociológico y/o filosófico que incluye  aquellas personas que tienen un sentido de transcendencia al reflexionar sobre la espiritualidad, y que adquiere matices diferentes dependiendo de la fe dentro de la doctrina religiosa de cada persona. La mayoría de las personas religiosas son teístas; esto es, suelen creer, y en contraposición, el ateísmo rechaza la creencia de que exista alguna deidad o ser sobrenatural. Por otro lado, el agnosticismo reconoce el desconocimiento de la existencia o inexistencia de dioses, y la imposibilidad de conocerlo. Estos son términos que han creado debate en los últimos tiempos  y son los elementos principales para comprender la relación entre moralidad y religiosidad. La moralidad definida como un conjunto de normas, valores, creencias y costumbres que guían nuestra conducta y nos hacen distinguir entre acciones más correctas y menos.

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Figura 1. Opiniones religión y moralidad (Pew Research Center, 2007)

Las religiones pueden haber sido muy útiles en lo que refiere a la evolución cultural de la cooperación y tolerancia humana, como es el caso de la creación de la caridad y los múltiples programas de ayuda a lxs más desfavorecidxs que se han creado y que aún siguen en funcionamiento. Por este motivo, y sabiendo que las personas religiosas suponen el 86% de la población mundial, se ha tendido a vincular a esta mayoría directamente con la pertenencia a comunidades más morales, característica que los resultados de los estudios ha contrariado.

Estudios encuentran como las personas religiosas son juzgadas como más morales, frente a las ateas que son relacionadas con menor capacidad de inhibir las conductas deshonestas. En concreto, un estudio de Gervais (2014) encontró como la mayoría de la población asociaba habitualmente a personas con valores religiosos más valores de empatía y sensibilidad respecto a la justicia. Sin embargo, las personas ateas fueron juzgadas como más inmorales, de manera que se consideraban personas con valores menos altruistas.

No obstante, esta imagen estereotipada de las personas ateas no es real. Diversos estudios han encontrado justo el resultado contrario. Por ejemplo, Hall, Matz y Wood (2009) hallaron que las personas religiosas manifiestan más prejuicios raciales, siendo así menos tolerantes. Otro estudio, profundizó algo más en el contenido de la religión, su significado y el contexto social como variables que influían en los niveles y formas de prejuicio, encontrando así que las actitudes prejuiciosas o comportamientos discriminatorios que se tienen hacia unos grupos u otros dependerán del tipo de religión en la cual se crea, por ejemplo, las personas con una orientación intrínseca religiosa tenían más prejuicios hacia grupos de gays y lesbianas (Hunsberger y Jackson, 2005). En el mismo camino, el modelo causal del prejuicio que Alarcón y Jiménez (2011) estudiaron, explica una relación directa entre religiosidad en sus formas más extremas, con actitudes homófobas, sexistas, mayor distancia social con el grupo externo e intolerancia hacia las personas no religiosas. Aunque en relación a este resultado, se encontró también que el prejuicio anti-ateísta se reducía cuando había una mayor prevalencia de personas ateas (Decety, 2011). Aun así, Decety y colaboradores (2015) hallaron en un experimento realizado en seis países, que lxs niñxs criadxs en entornos familiares religiosos tienden a mostrarse menos generosxs y tolerantes que los de familias no creyentes, además de ser más severxs a la hora de entender y aplicar castigos. Estos resultados han causado un gran revuelo en la opinión pública, con críticas más o menos justificadas, pero que sin duda han dejado abierto el debate sobre el tema.

Con todo lo anterior, podemos decir que algunos aspectos de la religiosidad pueden promover algunas actitudes morales, mientras que como se ha visto, otros pueden servir para obstaculizar las mismas, de cualquier modo dejando claro que  la moralidad y la religiosidad son cosas diferentes. De esta manera, podremos encontrar personas religiosas morales y personas ateas que no lo sean, y viceversa.

Por otro lado, desde un punto de vista más positivo, en el estudio de la espiritualidad y los efectos que esta tiene en las personas, se ha hallado que aquellas que son más espirituales en general son menos proclives a tener estrés y en su lugar tienen más facilidad para relajarse, aceptar y comprometerse con los problemas que tienen. Además, tienen hábitos de vida más saludables y se identifican más con el propio grupo, por lo que la percepción de apoyo social es mayor (Strawbridge, Shema, Cohen y Kaplan, 2001).  Este fenómeno lo explica también  la teoría del control del miedo de Greenberg y Amdt (2011), que muestra como las personas ante la incertidumbre del final de la vida se apoyan  moralmente en  la religiosidad para cubrir la ansiedad que ese vacío provoca en estos, encontrando en ésta respuestas de carácter existencial y aumentando así la sensación de control sobre sus vidas.

En conclusión, en esta revisión se ha encontrado como la religiosidad puede asociarse a más prejuicios y  menos conductas prosociales, por lo tanto menor moralidad, pero sin que una característica implique la otra. Y de otro lado, la religiosidad supone  un factor de protección, facilitando la percepción de control ante las incertidumbres. Con todo ello, es importante destacar que todas las personas independientemente de su raza, religión o sexo tienen el derecho de conseguir su progreso material y su desarrollo espiritual en la libertad y en la dignidad, en la seguridad e igualdad de oportunidades. Y en definitiva,  somos libres de elegir lo que somos y lo que queremos ser y si no dañamos a otras personas con nuestros intereses no deberemos ser juzgadas por nuestros ideales.

Alicia Jiménez


BIBLIOGRAFÍA

Alarcón, M. N., & Jiménez, M. D. P. M. (2011). Modelo causal del prejuicio religioso. Anales de psicología27(3), 852.

Decety, J., Cowell, J. M., Lee, K., Mahasneh, R., Malcolm-Smith, S., Selcuk, B., y Zhou, X. (2015). The negative association between religiousness and children’s altruism across the world. Current Biology,25(22), 2951-2955.

Greenberg, J., y Arndt, J. (2011). Terror management theory. Handbook of theories of social psychology1, 398-415.

Gervais, W. M. (2014). Everything is permitted? People intuitively judge immorality as representative of atheists. PloS one9(4), e92302.

Gervais, W. M. (2011). Finding the faithless: Perceived atheist prevalence reduces anti-atheist prejudice. Personality and Social Psychology Bulletin,37(4), 543-556.

Hall, D. L., Matz, D. C., y Wood, W. (2009). Why don’t we practice what we preach? A meta-analytic review of religious racism. Personality and Social Psychology Review

Hunsberger, B., y Jackson, L. M. (2005). Religion, meaning, and prejudice.Journal of social issues61(4), 807-826.

McKay, R., y Whitehouse, H. (2015). Religion and morality. Psychological bulletin141(2), 447.

Newson, Lesley, Peter J. Richerson, y Robert Boyd. «Cultural evolution and the shaping of cultural diversity.» Handbook of cultural psychology (2007): 454-476.

Pew Research Center. (2007). Pew Research Global Attitudes Project.Retrieved from http://www.pewglobal.org/2007/10/04/chapter-3-viewsof-religion-and-morality/

Strawbridge, W. J., Shema, S. J., Cohen, R. D., y Kaplan, G. A. (2001). Religious attendance increases survival by improving and maintaining good health behaviors, mental health, and social relationships. Annals of Behavioral Medicine23(1), 68-74.

¿Transfobia? Sólo son niñas/os

El pasado mes de enero, Chrysallis Euskal Herria (http://chrysallis.org.es/chrysallis-euskal-herria/), Asociación de Familias de Menores Transexuales, puso en marcha la campaña “Hay niñas con pene y niños con vulva”; siendo su principal objetivo visibilizar la realidad que viven estas/os pequeñas/os. Consideran que es fundamental conocer y comprender sus experiencias, para así poder realizar un acompañamiento que cubra sus necesidades.

Esta tarea de sensibilización ha desatado gran polémica, ya que ha sufrido numerosos ataques: vallas publicitarias rotas, mensajes anónimos hostiles, censura en las redes sociales (tapándose los genitales de las/os menores que aparecen en la ilustración)… Son sólo varios ejemplos de lo que han tenido que soportar.

Como sabemos, este no es un suceso aislado. Se trata de otro ataque en contra de la normalización de la transexualidad; proveniente de colectivos que juzgan y discriminan a personas que se encuentran en dicha situación. En este caso, no se han respetado los derechos de las/os menores, tratando de reprimir la libertad de expresar su identidad sexual.

Ante estos hechos, podemos hablar de la existencia de la transfobia. Según Hill y Willoughby (2005), se trata de la aversión emocional que puede sentirse hacia personas que no se ajustan a las expectativas de género que establece la sociedad. Otras/os autoras/es completan su definición, refiriéndose a ella como la discriminación y el estigma social hacia personas que no conforman las denominaciones tradicionales de sexo y género (Sugano, et al., 2006).

Pero, ¿cuál es el origen de este rechazo? ¿Qué lleva a estos grupos a mostrar tal prejuicio hacia las/os niñas/os?

La Teoría de las Emociones Intergrupales (Mackie, Smith y Ray, 2008), nos conduce a una posible explicación. Los seres humanos asumimos que somos miembros de múltiples grupos o que somos parte de diferentes categorías sociales (Teoría de la Identidad Social de Tajfel y Turner, 1986). La consciencia de dichas clasificaciones, implica que realicemos una evaluación en torno a los distintos grupos (tanto a los que pertenecemos, como a los que no). En consecuencia, surgen las emociones intergrupales. Éstas, se diferencian de las emociones individuales, ya que se experimentan en función de la pertenencia a un grupo (es decir, en nombre del grupo) y en base a la evaluación anteriormente mencionada. Estas emociones aumentan nuestra intención de actuar en coherencia con ellas, dictando como deben ser las acciones que pongamos en práctica hacia nuestro propio grupo y hacia el externo.

En el contexto de las agresiones contra Chrysallis, podemos ver que se generan emociones de ira y asco hacia personas que defienden al colectivo de menores transexuales; lo que predice la posible aparición de formas específicas de discriminación. Podemos relacionar estos altercados con grupos provenientes de un ámbito ultraconservador que perciben la campaña como una acción contra los valores tradicionales. Como podemos observar, la ira dirigida hacia el grupo externo predice la voluntad de tomar medidas contra él, incitando la práctica de acciones perjudiciales o injustas (Gordijn et al., 2006). De este modo, el simple hecho de llevarlas adelante, conlleva una disminución de la ira y un aumento del sentimiento de satisfacción.

Por otro lado, está a la vista que se deslegitiman las expresiones de las/os niñas/os cuando afirman que sienten pertenecer al otro sexo. A través de los mensajes plasmados en diferentes lugares, se hace referencia a su incapacidad de decidirlo o confirmarlo. Sin embargo, existen estudios que favorecen a estas criaturas. Adultos de diversas identidades sexuales confirman la congruencia entre su identidad sexual actual y la de sus recuerdos infantiles (citado en Hegarty, 2009).

En esta línea, es importante analizar la situación que provoca la propia transfobia. Transgender Europe (TGEU) publica un informe sobre el Observatorio de Personas Trans, en el que podemos observar datos relacionados con su discriminación y los homicidios ocurridos a nivel mundial. Cabe destacar que entre los años 2008 y 2015 se han dado 2.016 homicidios de personas trans en 65 países. En concreto, un 11,5% relacionado con edades menores de 20 años. Por si fuera poco, diversos estudios corroboran que sufren un riesgo de abuso, asalto y suicidio hasta 25 veces mayor (citado en Broockman y Kalla, 2016).

Por tanto, reducir la transfobia es una prioridad. Teorías influyentes defienden que los prejuicios intergrupales son inculcados durante la infancia y resistentes al cambio posterior. Sin embargo, la Teoría del Procesamiento Activo (Broockman y Kalla, 2016), sugiere un método breve de intervenciones para cambiar dichas actitudes de forma duradera. A través de la intervención, se conduce a los participantes a tomar de manera activa la perspectiva de un grupo externo, lo que provoca la reducción del prejuicio hacia personas transexuales durante al menos tres meses. Podemos afirmar que la propia empatía provoca dicho cambio. Por ello, si de verdad nos preocupan estas criaturas, la mejor forma de protegerlas es tratar de entender y compartir sus emociones.

En definitiva, para conocer con precisión el sexo de las/os niñas/os debemos esperar hasta que se dé la conquista del lenguaje. Alrededor de los 2 años de edad son capaces de expresar el sexo con el que se identifican. En este momento, debemos escucharles, tener en cuenta lo que nos transmiten y aceptarles.

 No son personas que nacen en cuerpos equivocados. No deben cambiar su identidad. Es la mirada de la sociedad la que debería cambiar.

Testimonio de una de las menores, Nahiane:                                                                                   “Les explicaba que era una niña, pero no me entendían”.

Irune Iroz


BIBLIOGRAFÍA

Broockman, D. y Kalla, J. (2016), Durably reducing transphobia: A field experiment on door-to-door canvassing, Science, 352, 220-230.

Gordijn, E. H., Yzerbyt, V., Wigboldus, D., y Dumont, M. (2006), Emotional reactions to harmful intergroup behavior, European Journal of Social Psychology, 36, 15-30.

Hegarty, P. (2009), Toward an LGTB-informed paradigm for children who break gender norms: Comment on Drummond et al. (2008) and Rieger et al. (2008). Developmental Psychology, 45, 895-900.

 Hill, D. B. y Willoughby, B. L. B. (2005), The Development and validation of the genderism and transphobia scale. Sex Roles, 53, 531-544.

 Mackie, D. M., Smith, E. R. y Ray, D. G. (2008), Intergroup Emotions and Intergroup Relations. Social and Personality Psychology Compass, 2, 1866-1880.

 Sugano, E., Nemoto, T., y Operario, D. (2006). The impact of exposure to transphobia on HIV risk behavior in a sample of transgendered women of color in San Francisco. AIDS and Behavior, 10, 217-225.

 Tajfel, H. y Turner, J.C. (1986). The Social Identity Theory of Intergroup Behaviour.

¿QUÉ MECANISMOS INFLUYEN EN LAS RELACIONES ENTRE AUTÓCTONOS Y MIGRANTES?

En la actualidad, los numerosos movimientos migratorios y la multiculturalidad de muchos países europeos han aumentado la necesidad de conocer y comprender las relaciones existentes entre las personas autóctonas (personas nacidas en ese país) y las personas inmigrantes (personas que llegan a un país distinto del propio) (Cuadrado, López-Rodríguez y Navas, 2016). Concretamente, la actual crisis económica y determinados sucesos, como los ataques terroristas, parece que han deteriorado las relaciones entre autóctonos e inmigrantes y han aumentado los prejuicios entre ambos grupos, por lo que se hace necesario mejorar la integración entre ambos y fomentar relaciones positivas entre todas las personas, independientemente de su país de origen. Teniendo en cuenta este planteamiento, ¿Cómo influyen las emociones, los prejuicios, los comportamientos y los procesos de aculturación en las relaciones entre autóctonos e inmigrantes?

Para poder responder a esta pregunta, estableceremos por un lado, la relación entre las actitudes de aculturación y los prejuicios, y por otro lado, las tendencias de comportamiento y el papel de las emociones.

Para analizar la relación entre las actitudes de aculturación y los prejuicios, primero, es necesario llevar a cabo un análisis conceptual de las actitudes de aculturación. El proceso de aculturación hace referencia a las modificaciones en la cultura original de uno o ambos grupos, como resultado de un contacto directo y continuo entre grupos de personas con distintas culturas (Navas, García, Rojas, Pumares y Cuadrado, 2006). Berry (1990) establece dos dimensiones acerca de la forma de enfrentarse al proceso de aculturación: si las personas inmigrantes consideran su cultura y sus costumbres lo suficientemente valiosas como para mantenerlas en la sociedad de acogida, y si las relaciones con otras personas o grupos de la sociedad de acogida son valiosas como para buscarlas y promoverlas. Teniendo en cuenta estas dimensiones se establece un modelo de cuatro posibles actitudes de aculturación:

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En la investigación de Navas, García, Rojas, Pumares y Cuadrado (2006) se pretendía comprobar que el grado de prejuicio que manifiestan las personas de dos poblaciones en contacto (autóctonos e inmigrantes magrebíes y subsaharianos) influye en el proceso de aculturación de los inmigrantes de la provincia de Almería. Como resultados se encontraron que cuanto mayor es el nivel de prejuicio experimentado por las personas autóctonas, mayor es el deseo de excluir a las personas inmigrantes. Por otro lado, cuanto menor es el nivel de prejuicio, existe una mayor preferencia por su integración. En conclusión, los niveles altos de prejuicio siempre se asocian con la exclusión, y los bajos con la integración. Igualmente, en el caso de las personas inmigrantes, también se encontró relación entre su nivel de prejuicio y sus actitudes de aculturación. Concretamente, aquellas personas que mostraron mayor rechazo a la intimidad con las personas autóctonas son aquellas que no desean formar parte de la sociedad de acogida (ya sea a través de la marginación o a través de la separación). En cuanto a la expresión de emociones negativas (por ejemplo, ira, miedo, ansiedad, tristeza, etc.), en ambos grupos de inmigrantes (magrebíes y subsaharianos) fueron expresadas en mayor medida en aquellos que estaban de acuerdo con la marginación, al contrario que aquellos que eran partidarios de la asimilación (grupo de inmigrantes subsaharianos), la separación (grupo de inmigrantes magrebíes) o la integración (en ambos grupos). Estos resultados manifiestan que es necesario tener en cuenta las actitudes recíprocas de los grupos que están en contacto cuando se estudia el proceso de aculturación.

Por otro lado, teniendo en cuenta las tendencias de comportamiento y el papel de las emociones, Cuadrado, López-Rodríguez y Navas (2016) realizaron dos estudios, considerando las perspectivas mayoritarias (personas autóctonas) y minoritarias (personas inmigrantes). En el Estudio 1, los miembros de la mayoría (españoles) evaluaron dos grupos diferentes de inmigrantes. Los marroquíes y los ecuatorianos fueron elegidos como grupos de inmigrantes devaluados y valorados, porque investigaciones anteriores en España encontraron que los inmigrantes marroquíes eran percibidos como menos morales, sociables y competentes que los inmigrantes ecuatorianos (López-Rodríguez, Cuadrado, y Navas, 2013; Navas, Cuadrado, y López-Rodríguez, 2012). En el Estudio 2, la perspectiva de estos dos grupos minoritarios fue a su vez considerada al evaluar el grupo mayoritario (es decir, los españoles).

En estos estudios se encontró que las personas autóctonas manifiestan diferentes tendencias de comportamiento hacia los distintos grupos de personas inmigrantes. Concretamente, mostraron menos acciones positivas (por ejemplo, facilitar su promoción en el trabajo) y más acciones negativas (por ejemplo, ignorarlos cuando los encuentran) hacia los grupos de inmigrantes menos valorados (inmigrantes marroquíes) en comparación con los inmigrantes más valorados (inmigrantes ecuatorianos). También, las personas autóctonas muestran mayores restricciones hacia los grupos de inmigrantes menos valorados (negándoles el mantenimiento de la cultura y las costumbres de su país de origen) y además, manifestaban menos emociones positivas (seguridad, confort, admiración y cariño) y más emociones negativas (desprecio, disgusto, odio y resentimiento) hacia los inmigrantes marroquíes en comparación con los inmigrantes ecuatorianos. En consecuencia, los inmigrantes marroquíes manifestaron hacia las personas autóctonas emociones negativas más intensas y tendencias de daño pasivo. Las actitudes negativas ejercidas por parte de las personas autóctonas hacia los inmigrantes marroquíes podrían explicar este resultado (López-Rodríguez et al., 2013; Navas et al., 2012). En este sentido, la intensidad emocional que manifiesta este grupo menos valorado podría interpretarse como una reacción antes las evaluaciones de las personas autóctonas. Estas autoras también encontraron que las personas autóctonas que mostraban un mayor contacto con las personas inmigrantes (su pareja, familia o amigos/as es marroquí/ecuatoriana), manifestaban mayores emociones positivas y menores tendencias de daño hacia ellas (Cuadrado, López-Rodríguez y Navas, 2016).

Teniendo en cuenta el importante deterioro de las relaciones entre autóctonos e inmigrantes es muy importante que en el ámbito educativo se integre la educación en tolerancia y la comprensión intercultural para conseguir iniciar el cambio hacia la armonía intercultural . Hay algo que no podemos olvidar, independientemente de nuestras diferencias culturales, todos somos seres humanos.

 

Martina Moreno


BIBLIOGRAFÍA

Berry, J.W. (1990). Psychology of acculturation. En J. Berman (eds.), Cross-cultural perspectives: Nebraska Symposium on Motivation (pp. 457-488). Linconln: University of Nebraska Press.

López-Rodríguez, L., Cuadrado, I., Navas, M. (2013). Aplicación extendida del Modelo del Contenido de los Estereotipos (MCE) hacia tres grupos de inmigrantes en España. [Extended application of the stereotype content model (SCM) towards three immigrant groups in Spain]. Estudios de Psicología, 34, 197–208. http://dx.doi.org/10.1174/021093913806751375

López-Rodríguez, I., Cuadrado, I., y Navas, M. (2016). Acculturation preferences and behavioural tendencies between majority and minority groups: The mediating role of emotions. European Journal of Social Psychology, 46, 401–417.

 Navas, M. S., Cuadrado, I., & López-Rodríguez, L. (2012). Escala de Percepción de Amenaza Exogrupal (EPAE): fiabilidad y evidencias de validez [Outgroup Threat Perception Scale: Reliability and validity evidences]. Psicothema, 24, 477–482.

Navas, M., García, M.C, Rojas, A.J., Pumares, P., y Cuadrado, I. (2006). Actitudes de aculturación y prejuicio: la perspectiva de autóctonos e inmigrantes. Psicothema, 18 (2), 187-193.

Los retos sociales de ser mujer, madre y privada de libertad

“Mi nombre es María del Rosario Cáceres, tengo 31 años de edad, yo me dedico a la elaboración de comidas típicas y a la costura. La costura lo aprendí cuando estaba en el Centro de Readaptación, estuve 4 años detenida. Me incluí en los talleres vocacionales que hay en el centro verdad, entonces allí fue como fui aprendiendo pues la costura, entre otras cosas que se aprenden bordados, etc, cosas así, pero la inclinación fue más hacia la costura… Me ha servido mucho, mucho me ha servido porque al no encontrar una fuente de trabajo estable, aquí en la casa tengo como ganarme dinero sin necesidad de salir a trabajar… Yo tengo tres hijos, la mayor tiene 14 años, el segundo el niño tiene 11 años, y la última niña con 7; estoy tratando de ahora ser un buen ejemplo para ellos, porque o sea la experiencia que yo viví ellos la conocen, pero yo se los recalco y les digo que esas experiencias que yo tuve no les sirva para seguirla, sino que les sirva como un ejemplo a no seguir. O sea las consecuencias que a uno le trae tomar malas decisiones en la vida y lo que yo pasé, no me gustaría en ningún momento que ellos lo pasen. Yo me arrepiento, si de hecho me he arrepentido de lo que hice porque esa experiencia me llevo a valorar lo que ahora, lo que tenía y además aprender que es mejor ganarse la vida honradamente, a ganar un dinero fácil a los consecuencias que eso nos trae…” Ex privada de libertad. Documental Rosas Amarillas, ACISAM, 2016.


La historia de María al igual que otras mujeres que han recuperado su libertad tras salir de prisión, refleja los retos a los que tienen que enfrentarse en la sociedad las mujeres ex reclusas. Primero, el hecho de ser mujeres ya supone un reto dentro de la sociedad pues son víctimas de diversas formas de violencia y vulneración de sus derechos por las  relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres. Segundo, por haber estado recluida dentro de una cárcel son víctimas de discriminación y estigmatización, limitando el acceso a una inserción social. También, las mujeres que están dentro de prisión en especial las que son madres, son víctimas de prejuicios sociales y revictimización por no encajar en los roles de género“buena mujer” y sobre todas las cosas una “madre ejemplar” que esté al cuidado abnegado de sus hijos e hijas.

Shields (2008) describe que en las relaciones sociales, la identidad de cada individuo influye de manera profunda en las creencias y experiencia de género. En una perspectiva de interseccionalidad “el género construye y mantiene a las mujeres como un grupo subordinado al grupo de los hombres a través del tiempo y la cultura”. Si las mujeres, por el hecho de serlo ya son víctimas de discriminación en la sociedad, al darse la triada de ser mujer, madre y reclusa se activan e incrementan aún más los prejuicios y discriminación hacia este grupo.

¿Dentro de la prisión, se enfrentan las mujeres solo a la condición física de encierro o también luchan contra los prejuicios de la sociedad?

El contexto de encierro produce un impacto en la salud física y mental de las mujeres. Según Geiger y Fischer, (2016) conlleva una baja autoestima, falta de confianza en sí mismas y menor percepción de autoeficacia. En algunos centros penales, la calidad de vida de las mujeres se ve afectada por el hacinamiento, la dificultad en las relaciones interpersonales y de convivencia, el poco acceso a recursos de calidad vitales como alimentación, condiciones higiénicas y/o sanitarias, salud, la falta de apoyo social y familiar, entre otros. Asimismo, sumado a estas condiciones las mujeres también se enfrentan a los prejuicios y discriminación que existen en la sociedad.

Al contrastar estadísticas, como ha sido indicado por la Reforma Penal Internacional (2013), las mujeres privadas de libertad “representan entre el 2 y el 9 por ciento de la población reclusa general en la gran mayoría de los países”.

Los centros penitenciarios son ocupados mayoritariamente por hombres. En El Salvador, según la Dirección General de Centros Penales se tenía una población reclusa de 33. 381 hasta el mes de marzo de 2016.  Al separar la población por sexo, 30. 163 son hombres y 3. 218 mujeres que notablemente son un grupo minoritario (ACISAM, 2015-2016).Lo que en consecuencia genera que se diseñen políticas y programas carentes de un enfoque de género, que incluya atención a las necesidades específicas de las mujeres en la prisión y en especial, de aquellas que son madres y tienen consigo en compañía a sus hijos e hijas. En algunos centros penitenciarios los niños y las niñas que viven con sus madres dentro de prisión, carecen también de condiciones que pongan los derechos de la infancia en primer lugar. Pues no se trata solo de convivir con la madre para reforzar su apego, si no de garantizarles condiciones adecuadas para su desarrollo infantil.

Otro factor es que al tratarse las mujeres de un grupo minoritario y estar recluidas en cárceles específicas, dichos centros penitenciarios están ubicados generalmente lejos de sus hogares, donde residen sus familias y en algunos casos sus hijos e hijas. Lo que afecta gravemente a una de las principales necesidades de las mujeres como el mantenimiento de vínculos familiares (Reforma Penal Internacional, 2013).

Por otra parte Geiger y Fischer, (2016) encontraron en su estudio que las madres reclusas tienen dificultad para justificar de manera racional su comportamiento delictivo. Asimismo, no encuentran justificación que minimice el daño que consideran habían causado a sus hijos e hijas al abandonarlos por entrar en prisión. Algunas manifestaron que se habían involucrado en actos delictivos para mejorar las condiciones de sus hijos e hijas, mientras que otras mujeres reflejaron su inconformidad e indignación porque los tribunales las califican como “madres inapropiadas” y les retiran su custodia. Otras mujeres hacen atribuciones internas y muestran sentimientos y emociones como culpa, vergüenza que son consecuencia de la sensación de pérdida y abandono de sus hijos e hijas. Pero este proceso está reforzado por el sistema patriarcal que impera en sociedades como la nuestra, donde se le atribuye a cada individuo (hombre o mujer) funciones que se consideran inherentes a cada sexo; como se ha mencionado antes en las mujeres el rol de la maternidad y “ser madres abnegadas”. Esto provoca que se las juzgue socialmente por no proveer a sus hijos e hijas las condiciones mínimas para su desarrollo y no brindarles un cuido adecuado. También se las señala socialmente cuando se involucran en actos delictivos, para suplir algunas estas carencias o necesidades de sus hijos e hijas. Por otra parte, se invisibiliza que la mujeres reclusas han sido víctimas de la violencia de género o control que ejercen sus parejas para que se involucren en actividades ilícitas, vayan a prisión, cumplan una pena y estén separadas de sus hijos e hijas.

La sociedad deshumaniza y recrimina a las mujeres privadas de libertad, principalmente aquellas que son madres y tienen en compañía a sus hijos e hijas dentro de la cárcel. Aunque se desconozca esta situación, es un derecho reconocido y amparado por la Ley en diferentes sistemas penitenciarios: En El Salvador, según la Ley Penitenciaria, las mujeres podrán tener a sus hijos e hijas menores de 5 años, si no tienen otra opción para el cuidado y para fomentar el apego. Hasta el mes de abril de 2016, se tenían 140 niños y niñas conviviendo con sus madres diferentes centros penitenciarios de El Salvador, pero en torno al 90% de la población femenina interna en los centros penitenciarios son madres. Para las madres que no pueden tener a sus hijos e hijas dentro de prisión, las y los menores están al cuidado de su familia, siendo el 45% (ACISAM, 2015- 2016).

Hay múltiples causas por las que una mujer se involucra en actos delictivos. Entre ellas, no se puede obviar que las mujeres estamos socialmente en una situación de desigualdad en la que se percibe menor apoyo social, menos acceso a recursos, además de ser víctimas de diversas formas de violencia, de prejuicios y estereotipos. La sociedad, ya les falló una vez a las mujeres privadas de libertad por no permitir la igualdad de oportunidades, limitar el acceso a su educación, fomentar la brecha salarial entre hombres y mujeres, cometer negligencia con sus derechos sexuales y reproductivos.

Es importante que se diseñen programas de atención especializada a las mujeres privadas de libertad para fortalecer su salud física y mental durante su permanencia en la cárcel, y que facilite su inserción en la sociedad cuando salga de la misma. Además, es necesario intervenir con los y las profesionales del sistema judicial y penitenciario que trabajan con mujeres para reducir el sexismo visibilizar sus necesidades desde un enfoque de género. Aunque existen programas validados para la reducción del sexismo en El Salvador (de Lemus, Navarro, Velásquez, Ryan y Megías; 2014), como bien sugieren las autoras se deben adaptar para trabajar con el personal del sistema carcelario (desde agentes policiales hasta jueces) para reducir el sexismo. Pues en consecuencia influye en el comportamiento y actitudes cuando tienen contacto con las mujeres, siendo necesaria la sensibilización y erradicación de cualquier forma de discriminación. Como sociedad es nuestro deber informarnos, ser conscientes de los propios prejuicios, estereotipos y trascender por cambiar nuestro pensamiento que repercute en la vida de María y muchas mujeres más que necesitan que la sociedad respete sus derechos.

Si te ha interesado la temática abordada, te invito a ver los siguientes documentales “Rosas Amarillas” https://www.youtube.com/watch?v=miS2P5AugRM

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“Comenzando de nuevo” https://www.youtube.com/watch?v=H3TYj4E3FBU

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Diana Barrera


BIBLIOGRAFÍA

ACISAM. (2015). Documental Comenzando de Nuevo. Por Asociación de Capacitación e Investigación para la Salud Mental, publicado el 15/ enero/ 2016. Disponible en:https://www.youtube.com/watch?v=H3TYj4E3FBU

ACISAM. (2016). Documental Rosas Amarillas. Por Asociación de Capacitación e Investigación para la Salud Mental, publicado el 25/ noviembre/ 2016. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=miS2P5AugRM

ACISAM. (2015- 2016). Mujeres privadas de libertad en El Salvador: “Realidades y Proyecciones”.Asociación de Capacitación e Investigación para la Salud Mental. El Salvador.

de Lemus, S., Navarro, L., Velásquez, M., Ryan, E., y Megias, J. L. (2014)  From Sex to Gender: A University Intervention to Reduce Sexism in Argentina, Spain, and El Salvador.  Journal of Social Issues, 70, 741-62.

Geiger, B., y Fischer, M. (2016).Naming Oneself Criminal: Gender Difference in Offenders’ Identity Negotiation.International Journal of Offender Therapy and Comparative Criminology. 49, (2), 194 – 209 pp. DOI: 10.1177/0306624X04270552

Reforma penal Internacional. (2013). Mujeres privadas de libertad: una guía para el monitoreo con perspectiva de género. Disponible en: http://www.apt.ch/content/files_res/women-in-detention-es.pdf

Shields, S. (2008). Gender: An Intersectionality Perspective. En Sex Roles (59). 301-311 p. DOI: 10.1007/s11199-008-9501-8

 

GENTE SIN CASA, CASA SIN GENTE

Las personas sin hogar están expuestas a numerosos prejuicios y a una fuerte forma de discriminación.  El sinhogarismo y la deshumanización van de la mano. Se trata de un problema social en el que todxs tenemos parte de responsabilidad, y se trata de una realidad que no hay que asumir, sino cambiar.


A través del siguiente texto me gustaría acercarles a una realidad que está ahí y, aunque muchas veces desapercibida, merece nuestro foco de atención e implicación. Parece que ya nos hemos acostumbrado a esta realidad pues, siempre, durante todas las épocas, y en cualquier país, han existido. Si bien es cierto, esto no justifica nuestra pasividad hacia el colectivo y creemos necesario una mayor profundización y conciencia del problema para poder llegar a una solución.

Hablamos de sinhogarismo. Hablamos de los prejuicios y discriminación a los que se exponen. Hablamos de un problema social. Pero sobre todo, hablamos de personas, como tú y como yo, que no tienen un hogar.

Es importante aclarar el propio término de persona sin hogar. Consideramos persona sin hogar a aquella que no solo no tiene un sitio donde vivir, sino que, aún teniéndolo, su domicilio no presenta las condiciones necesarias de habitabilidad (pensemos en favelas, pensemos en pisos de 50 metros cuadrados donde viven 15 personas, pensemos en familias sin agua corriente o luz, pensemos en albergues sociales).

Los adjetivos para referirse a estas personas son numerosos: de pobres a pordioseros, de mendigos a vagabundos y de ahí a vagos, holgazanes, gandules, zánganos, golfos, pícaros, aprovechados, sinvergüenzas, rateros, ladrones y/o criminales. Entre otros. (Observatorio de la Inclusión Social, 2008)

Desde la Psicología Social nos gustaría presentarles como son vistas estas personas a los ojos de la sociedad. Para ello, consideramos importantes acercarles al Modelo de Contenido del Estereotipo (SCM) según el cual, las personas son evaluadas en relación a dos categorías: competencia y calidez. El colectivo de personas sin hogar es considerado de baja competencia (no son válidxs) y baja calidez (no son cercanxs, pueden ser peligrosxs).  Esto supone que son expuestos a una forma de discriminación que refleja el peor tipo de los prejuicios, les privamos de su humanidad. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de privar de humanidad? Las emociones primarias (por ejemplo: la alegría o la tristeza) son compartidas tanto por  las personas como por los animales, sin embargo, las llamadas emociones secundarias o sentimientos (por ejemplo: la admiración o el arrepentimiento) son estados únicamente asociados a las personas. De esta manera, privar de humanidad, supone la creencia de que las personas pertenecientes a este colectivo son capaces de expresas emociones primarias pero no sentimientos, es decir, son menos humanxs de lo que nosotrxs somos. No es más que negar a este tipo de grupos de  las características humanas, lo que es conocido como deshumanización (Cuddy y Fiske, 2002).

¿Por qué sabemos que se produce este proceso de deshumanización con este colectivo? Un estudio llevado a cabo por Harris y  Fiske (2015) muestra como la activación de nuestro cerebro es diferente cuando observamos personas a cuando observamos objetos. La corteza prefrontal media está asociada a los pensamientos sociales, por lo que cuando observamos o interactuamos con otras personas,  está activada. Sin embargo, cuando la gente se somete a la presencia de personas sin hogar no se encuentra activación en esta zona. Y, no contentos con eso, otras zonas del cerebro como la ínsula o la amígdala, asociadas al asco, si que se activan. Es decir, este estudio no es más que una prueba que corrobora que las personas sin hogar, percibidas como poco competentes y poco cálidos, son percibidos como menos humanxs.

Una vez expuesto el problema, ¿qué se puede hacer? Me gustaría exponerles dos ideas provenientes de la investigación de este problema:

Por un lado, una forma de promover la igualdad, y por tanto, cambiar la situación actual de las personas sin hogar, es alentar a la gente a generar modelos de comportamiento contra-estereotípicos. Esto ocurre porque la formación de modelos contra-estereotípicos promueven un cambio de pensamiento, de automático a flexible e individualizado. Los contra-estereotipos tienen efectos sobre las opiniones generalizadas de las personas sin hogar, amplían la inclusión social de estas personas a la categoría de humanidad. Ayudan a fomentar a la diversidad y nos ayudan a mejorar nuestra flexibilidad de pensamiento (Vasiljevic, Crisp, & Rubini, 2015). Un ejemplo de contra-estereotipo de persona sin hogar podría ser el de una persona que no consume drogas ni alcohol, no ha cometido ni comete actos delictivos y la pérdida de su hogar haya sido debido a la pérdida de su empleo a causa de la crisis económica.

Por otro lado, me gustaría hablarles del modelo Pathways Housing First (PHF). Se trata de una propuesta de intervención para con las personas sin hogar que nació en EEUU, pero que es aplicable a cualquier otro país. El PHF nació de la crítica a otros programas usados hasta la fecha, basados en exigencias y límites muy estrictos. Es decir, existen varios programas que proporcionan sitios donde las personas sin hogar pueden alojarse (albergues), sin embargo, han de cumplir una serie de características tales como estar sometidxs a tratamiento o la sobriedad para ser aceptados. Es importante aclarar que en muchos de estos sitios la estancia es limitada y están expuestxs a una serie de normas y horarios. El PHF se basa en la siguiente idea: hasta que una persona no tenga un hogar (que proporciona que sus necesidades básicas estén cubiertas), no tendrá una base suficiente para poder abordar otro tipo de problemas, como pueden ser la adicción o la falta de empleo. Además el PHF se basa en la idea de que la elección de la persona es importante, ellxs mismxs eligen su vivienda, el tipo, y los servicios que desean recibir. Es decir se basa en la idea de que las personas necesitan autonomía (Greenwood, Stefancic & Tsemberis, 2013).

Estas dos ideas planteadas suponen un cambio de mentalidad hacia este colectivo, y la necesidad de adoptar medidas adecuadas para solucionar este problema. Es importante dejar de pensar en el sinhogarismo como un problema de la persona que lo sufre y comenzar a verlo como lo qué es, un problema social. Mientras sigan prevaleciendo los intereses económicos de una minoría por encima de los intereses humanos de la mayoría, problemáticas como la de las personas que están en esta situación no conseguirán mejorar.

Para finalizar me gustaría mostrarles unos datos. Extraigan vosotrxs mismxs las conclusiones pertinentes:

  • En el año 2014, más de 3,4 millones de viviendas se encontraban vacías en España. Ese mismo año, entre 25.000 y 30.000 personas carecían de un hogar en el que vivir.
  • “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada” (Artículo 47 de la Constitución Española).

María Díaz Cristóbal


BIBLIOGRAFIA

Cuddy, A. J. C., & Fiske, S. T. (2002). Doddering but dear: Process, content, and function in stereotyping of older persons. In T. D. Nelson (Ed.), Ageism: Stereotyping and prejudice against older persons (pp. 3–26). Cambridge, MA: MIT Press.

 Harris, L.T. & Fiske, S.T. (2006). Dehumanizing the Lowest of the Low Neuroimaging Responses to Extreme Out-Groups. Psychological Science, 17(10), 847-856.

Greenwood, R.M., Stefancic, A. & Tsemberis. S. (2013). Pathways Housing First for Homeless Persons with Psychiatric Disabilities: Program Innovation, Research, and Advocacy. Journal of Social Issues, 69(4), 645-663.

Prati, F., Vasiljevic, M., Crisp, R.J., & Rubini, M. (2015). Some extended psychological benefits of challenging social stereotypes: Decreased dehumanization and a reduced reliance on heuristic thinking. GPIR, 18 (6), 801-816.

Observatorio de la Inclusión Social (2008). ¿Quién duerme en la calle? Una investigación social y ciudadana sobre las personas sin techo. Barcelona, España: Fundació Caixa Catalunya.