Las personas con diversidad funcional (mal llamadas, “discapacitadas”) son, frecuentemente, excluidas por el mero hecho de ser consideradas diferentes y poco competentes. Lxs ciudadanxs les negamos las oportunidades que merecen y nos olvidamos de sus motivaciones, así como de sus limitaciones, la mayoría de ellas causadas por nuestras acciones cargadas de egoísmo y conformismo. Les adjudicamos estereotipos como consecuencia de la ignorancia latente que sigue presente en cada unx de nosotrxs. Llega el momento de reflexionar, de mirar más allá de nuestra propia realidad y comenzar a trabajar por un mundo donde la singularidad no sea un problema, sino un pilar básico de la igualdad y la riqueza.
Palabras Clave: Calidez, Competencia Diversidad Funcional,
En la actualidad, gran parte de la sociedad mantiene una valoración positiva sobre las personas con diversidad funcional, es decir, si nos preguntan qué opinamos sobre ellas, la mayoría diríamos que son individuos “normales”, los cuales merecen tener los mismos derechos que el resto, incluyendo el derecho al acceso laboral. Podríamos decir que el tema está bastante normalizado y aceptado. No obstante, esta visión no corresponde con la realidad. Detengámonos un instante y pensemos qué opinaríamos y sentiríamos si una persona perteneciente a este colectivo nos “quitara” el puesto de trabajo que tanto ansiamos. Probablemente, nos disgustaríamos. Por una parte le han dado el puesto a otrx y por otra, la más importante, es que se lo han dado a alguien con una capacidad mucho menor a la nuestra. No queda bien decirlo así, pero esto sí es lo que pensamos en realidad. Por lo tanto, asumiendo este hecho, es hora de admitir que existen fuertes estereotipos sobre las cualidades de estas personas, estereotipos muy arraigados y normalizados, los cuales se hacen invisibles al no pasar por el filtro de la objetividad.
A través de estas ideas estables, mantenidas en el tiempo, no contemplamos la posibilidad de aceptarles en su totalidad, por el contario, comparamos y valoramos su supuesta disfuncionalidad. Así lo demuestran los estudios llevados a cabo por Thomas (2000), en cuyos resultados se evidenció la existencia de una jerarquía de preferencia entre los grupos de diversidad funcional, es decir, dependiendo de la discapacidad que tengan sí les valoramos. En general, según estos estudios, se prefirieren discapacidades físicas sobre las discapacidades sensoriales, así mismo, éstas últimas se anteponen sobre lesiones cerebrales y autoinducidas.
Nos engañamos, nos decimos que somos personas tolerantes, que nos esforzamos en aprobar e integrar a lxs demás pero, ¿realmente es así? No nos molestamos en conocerlxs, no sabemos nada de ellxs, cuáles son sus necesidades, sus inquietudes, probablemente no sean muy diferentes a las nuestras porque lo único que nos diferencia es una etiqueta, una categorización. Es más fácil construir una idea infundada y equivocada, la cual nos ensalza y nos posiciona por encima de este colectivo. Así nos sentimos mejor, así nos queremos más. Ideas basadas en suposiciones y, en lo que es peor, en un distanciamiento fruto de numerosos prejuicios, los cuales no nos permiten invertir el tiempo en darles una oportunidad, tan solo porque sus diferencias resaltan por encima de lo que consideramos habitual. Sin embargo, recordemos, diferencias que cada quien presenta con mayor o menor intensidad.
Ahora bien, no podemos ser tan “malxs” y, entonces, nos decimos “vamos a quererles que también se lo merecen”, y de esta forma camuflamos esa parte oscura presente en nuestro interior, la cual no nos gusta pero, que se hace visible gracias a nuestra consciencia, esa que nos recuerda constantemente de su existencia. En resumen, las personas diversas funcionalmente son el ejemplo típico de ser percibidas como poco competentes pero sociables, y por generar la emoción de pena o compasión. Y es que un estudio llevado a cabo por Rohmer y Louvet (2010), exponen que les otorgamos altos niveles en calidez (cálidx, amistosx, simpáticx…) pero, al mismo tiempo, les adjudicamos puntuaciones bajas en competencia (inteligente, capaz…). Estos dos conceptos son viejos conocidos de la psicología social. Ya Cuddy y Fiske (2006), trabajaron sobre ellos en el Modelo del Contenido de los Estereotipos (MCE), el cual postula que nuestra percepción de otros grupos se elabora a partir de dichos criterios.
Lo verdaderamente alarmante es que estamos manteniendo estereotipos gracias a que los consideramos positivos, es decir, nos reconforta sentir lástima y “perdonar” sus peculiaridades. Así lo reconocemos cuando tenemos que expresar abiertamente nuestra opinión y queremos ser valoradxs por nuestra familia y por nuestras amistades. No obstante, si fuéramos realmente sincerxs, diríamos que las personas pertenecientes a este grupo no cumplen nuestras expectativas debido a que tampoco se ganan nuestra simpatía (Rohmer y Louve, 2012). Y es que cómo lo van a hacer si nos negamos a conocerles. Por desgracia, inconscientemente, mantenemos una imagen estable sobre ellxs, lo que me lleva a pensar… ¿Y si los que realmente tenemos un problema de capacidad somos nosotrxs? Incapaces de abrir la mente, incapaces de observar sus habilidades e incapaces de valorar sus grandes esfuerzos y resultados, los cuales consiguen aun cuando solo contribuimos a cerrarles el paso.
Una vez conscientes de la situación, podemos ir más allá e intentar cambiar esa forma de pensar, para ello es necesario ponerse en su lugar, comprender sus vidas, las dificultades que tienen que superar por nuestra falta de objetividad más que por su singularidad. Y para ello que mejor que simular su diversidad (caminar con los ojos cerrados, vestirnos con una sola mano…) a menudo estas acciones mejoran las actitudes que tenemos hacia ellxs. Sin embargo, en el caso de las disfuncionalidades físicas, tales simulaciones de experiencia pueden ser contraproducentes debido a que se ven resaltadas las dificultades iniciales que suponen (golpearnos con un mueble, no poder abrocharnos la camisa) (Silverman, Gwinn & Van Boven, 2015). Por este motivo, no basta con ponernos en su situación, tenemos que ser conscientes de que su vida no es tal y como la percibimos a priori, ya que ellxs aprenden a llevar el día a día con su característica individual, sin que ésta afecte a su cotidianidad. Observemos sin ir más lejos a Stephen Hawking, considerado uno de los más brillantes científicos del planeta. Si logramos adoptar esta perspectiva, crearemos una nueva visión más real y más funcional, donde no les juzgaremos, al contrario, les admiraremos, y, lo que es mejor, nos identificaremos, porque todxs somos únicxs, porque todxs nos sentimos diferentes, porque todxs somos iguales.
Ana Isabel Rueda
BIBLIOGRAFÍA
Cuddy, C., Fiske, S., & Glick, P. (2006). The BIAS Map: Behaviors from Intergroup Affect and Stereotypes. RUNNING HEAD: The BIAS Map.
Louvet, E., & Rohmer, O. (2010). Are workers with disability perceived as competent? Psychologie du Travail et des Organisations, 16, 47–62.
Louvet, E., & Rohmer, O. (2012). Implicit Measures of the Stereotype Contentas Sociated with Disability. British Journal of Social Psychology, 51, 732–740.
Rodríguez L., Cuadrado, I., y Navas, M. (2013). Aplicación extendida del Modelo del Contenido de los Estereotipos (MCE) hacia tres grupos de inmigrantes en España. Estudios de Psicología, 34 (2), 197-208.
Silverman, A., Gwinn. D., & Van Boven, L. (2015). Stumbling in Their Shoes: Disability Simulations Reduce Judged Capabilities of Disabled People. Social Psychological and Personality Science, 6(4), 464-471.
Thomas, A. (2000). Stability of Trigon’s Hierarchy of Preference Toward Disability Groups: 30 Iters Later’. Psychological Reports, 86, 1155-1156.
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