No es por ti, es por la amenaza al estereotipo

Si ante una situación amenazante nuestro desempeño es peor, ¿de verdad es por nosotrxs mismxs?

Sentir que alguien nos mira mientras estamos aparcando no suele influir en cómo aparcamos nuestro coche. Es incluso una situación habitual si solemos estacionar en la calle. Sin embargo, siendo mujer, si quien nos mira es un hombre, la misma situación se convierte en amenazante. Sentimos ansiedad, nos ponemos nerviosas, nos volvemos torpes, y, efectivamente, acabamos aparcando peor. Probablemente, además, ese hombre se gire y piense: “mujer tenía que ser”.  A este fenómeno se le denomina amenaza al estereotipo. Ocurre cuando existe un estereotipo negativo sobre el grupo al que pertenecemos (“las mujeres no saben aparcar”) y creemos que vamos a ser juzgadxs por ello. Tratamos de combatir y refutar el estereotipo, consiguiendo el efecto contrario: nuestro desempeño es peor y el estereotipo sale reforzado (Steele, 1997; Spencer, Logel y Davies, 2016).

Todas las personas somos vulnerables a este efecto, pues pertenecemos al menos un grupo que está estereotipado negativamente en una situación dada. Además, el mero hecho de conocer el estereotipo, aun sin compartirlo, es suficiente para que se active (Spencer, Logel y Davies, 2016).  Cuando somos conscientes de este estereotipo negativo, nuestra atención se divide entre la tarea que estamos realizando y la preocupación de no cumplir con el estereotipo. Por ello, la ansiedad de confirmar la creencia puede desencadenar cambios psicológicos y corporales: Mayor activación de áreas cerebrales relacionadas con regulación emocional, mayor vigilancia en el desempeño y supresión de creencias de auto-cuestionamiento. En otras palabras, intentamos no cuestionar nuestra capacidad para hacerle frente a la situación y regular las emociones negativas que se nos activan, y esto supone un esfuerzo importante. En definitiva,  estos efectos desvían nuestros recursos cognitivos que, de no ser así, podrían ser utilizados para maximizar nuestro desempeño (Schmader y Johns, 2003).

La gran mayoría de los experimentos que se han llevado a cabo desde la Psicología Social para probar este fenómeno presentan un escenario similar: Dos grupos de personas (el grupo estereotipado y el grupo no-estereotipado) realizan un test, en una situación amenazante, y se compara el resultado de ambos. Así, por ejemplo, un grupo reducido de personas de etnia negra realiza un test de matemáticas frente a un grupo mayoritario de personas blancas. Como resultado, el grupo estereotipado  desempeña peor la tarea (Walton y Cohen, 2003). Algunas investigaciones apoyan, incluso, la hipótesis de que la amenaza al estereotipo explica entre el 50% y el 82% de la brecha de género en los exámenes de matemáticas, así como del 17% al 29% de la brecha entre etnia negra y blanca (Walton, Spencer y Erman, 2013). La mayor prueba de que esta brecha no es debida a diferencias de género o de etnia es que, cuando el grupo estereotipado realiza la misma tarea en un entorno seguro (por ejemplo, en el que no se active la comparación entre grupos), el desempeño mejora (Walton y Cohen, 2003).

No obstante, las consecuencias de este fenómeno van más allá del desempeño: Fomenta las emociones negativas en el dominio estereotipado, generando, por ejemplo, menor interés (Adams, García, Purdie-Vaughns y Steele, 2006), además de disminuir la auto-confianza (Muzzatti y Agnoli, 2007) y aumentar la atribución del fracaso (Koch, Muller y Sieverding, 2008).

Aun siendo los resultados de las investigaciones tan alarmantes, existen diferentes intervenciones que pueden reducir los efectos perniciosos de la amenaza al estereotipo. En primer lugar, ciertas intervenciones hacen hincapié en la reconstrucción de la situación potencialmente amenazante, reduciendo así la percepción de amenaza sin tener que cambiar la situación en sí. Si les decimos a las mujeres que el examen al que van a someterse no va a ser evaluado, su desempeño mejora. Sin embargo, resulta más práctico dotar a las personas de herramientas de re-evaluación emocional (reappraisal), enseñándoles, por ejemplo, que es normal que sientan ansiedad ante un examen. De esta forma, la regulación puede darse aun cuando la situación sigue percibiéndose como amenazante.

En segundo lugar, nos encontramos con aquellas intervenciones que acentúan la importancia del afrontamiento. Desde esta perspectiva, la educación entorno a lo que es y cómo funciona la amenaza al estereotipo, reduce la amenaza del mismo, pues el fracaso deja de ser culpa de unx mismx (Spencer, Logel y Davies, 2016).

El último tipo de intervención sería crear directamente entornos seguros, donde ni siquiera existiera la amenaza. Esto podría conseguirse facilitando el contacto positivo con el grupo dominante y no-estereotipado o mostrando ejemplos exitosos del grupo estereotipado (Spencer, Logel y Davies, 2016).

En conjunto, la literatura acerca de la amenaza al estereotipo pone de manifiesto la subestimación sistemática de habilidades reales y potenciales de personas pertenecientes a grupos estereotipados. Creando entornos seguros y libres de amenaza o dotando al menos de recursos de afrontamiento y reconstrucción, conseguiremos hacer florecer capacidades latentes.

Olaiz Gorriño

REFERENCIAS

Adams, G., García, D. M., Purdie-Vaughns, V. y Steele, C. M. (2006). The detrimental effects of a suggestion of sexism in an instruction situación. Journal of Experimental Social Psychology, 42(5), 602-615.

Koch, S. C., Muller, S. M. y Sieverding, M. (2008). Women and computers: Effectsof stereotype threat on attribution of failure. Computers and Education, 51(4), 1795-1803.

Muzzati, B. y Agnoli, F. (2007). Gender and mathematics: Attitudes and stereotype threat susceptibility in Italian children. Developmental Psychology, 43(3), 747-759.

Schmader, T. y Johns, M. (2003). Converging Evidence That Stereotype Threat Reduces Working Memory Capacity. Journal of Personality and Social Psychology, 85(3), 440-452.

Spencer, S. J., Logel, C. y Davies, P. G. (2016). Stereotype Threat. Annual Review of Psychology, 67, 415-437.

Steele, C. M. (1997). A threat in the air: How stereotypes shape intelectual identity and performance. American Psychlogy, 52(6), 613-629.

Walton, G. M. y Cohen, G. L. (2003). Stereotype lift. Journal of Experimental Social Psychology, 89(1), 22-35.

Walton, G. M., Spencer, S. J. y Erman, S. (2013). Affirmative meritocracy. Social Issues and Policy Review, 7(1), 1-35.

¿Multiculturalizamos o nos cegamos ante el color? En busca de la diversidad cultural

El contacto entre las diferentes culturas es un fenómeno  que se ha ido repitiendo a lo largo de la historia de la humanidad, dando como resultado lo que nos distingue como seres humanos, la sociabilidad. El contacto entre las diferentes etnias puede producirse respetando las diferentes categorías sociales de los grupos o entendiendo a cada una de las personas como únicas e independientes pero que conforman una sociedad y una identidad común. En este ensayo se pretende conocer cuál de estas dos formas (multiculturalismo o ceguera al color) fomentan la reducción de prejuicios.

Palabras clave: cultura, diversidad, multiculturalismo, colorblind.


“Hemos de tener claro que todos compartimos una humanidad común y que nuestra diversidad en todo el mundo es la mayor fortaleza de nuestro conjunto”

                                                                                                                       Nelson Mandela

hqdefaultPara poder entender lo que nos quiere transmitir la frase anterior, primero, sería conveniente delimitar qué se entiende por diversidad. Pues bien, las ideologías de la diversidad se entienden como “sistemas implícitos y explícitos de las ideas, significados y prácticas que sugieren cómo los grupos deben incluirse unos a otros, cohabitar y cómo organizar una sociedad diversa” (Plaut, 2010). Esta definición puede completarse con la Teoría del contacto intergrupal (Allport, 1954), entendiendo que si entre los grupos se da igualdad de status, cooperación y consecución de objetivos comunes, la reducción del prejuicio se producirá.

Entonces, ¿cuáles son las ideologías de la diversidad que vamos a desarrollar?. Aunque son muchas las formas que adquieren estas ideologías, serán el multiculturalismo y la ceguera al color (colorblind) sobre las que depositaremos nuestra atención. La primera, establece que para conseguir la igualdad en las sociedades diversas, las pertenencias grupales deben reconocerse y valorarse como una fuente de identidad y cultura (Plaut,2010; Rosenthal y Levy, 2010). Es decir, mantener las características distintivas de cada grupo, o lo que es lo mismo, las categorías, se entiende como algo que enriquece a quiénes componen los grupos minoritarios y la sociedad en su conjunto. La segunda, defiende que no se debe tener en cuenta ninguna de las categorías sociales presentes en cada uno de los grupos. Por lo tanto, establece que se debe tratar a las personas como seres únicxs, no pertenecientes a ningún grupo (Apfelbaum, Norton, & Sommers, 2012).

En un primer momento, ambas pueden parecer útiles y eficaces para fomentar la diversidad y reducir los prejuicios, sin embargo, en cada una de ellas se pueden encontrar tanto ventajas como inconvenientes. En el caso del multiculturalismo, al no buscar derribar fronteras étnicas, permite apreciar las similitudes y las diferencias de los grupos (Hewstone & Braun, 1986). Sin embargo, en muchas ocasiones, el hecho de evidenciar tanto las diferencias conlleva a que el prejuicio sea mayor. Atendiendo al enfoque de la ceguera al color, en un primer momento, puede parecer acertada ya que trata de eliminar las categorías sociales para pasar a definir a las personas como identidades únicxs que forman parte de una sociedad común. El problema radica en que se pierden por el camino otras muchas identidades y valores grupales con mucha riqueza. Además, perjudica al desarrollo de identidades sociales minoritarias, imposibilitando que se den cuenta de su situación de discriminación y que potencien el cambio social.

Imaginemos que tienes la intención de llevar a cabo un proyecto educativo destinado a fomentar la diversidad entre el alumnado. Es posible que te plantees la siguiente pregunta “¿cuáles de las ideologías es mejor utilizar para fomentar la diversidad?”. Esta cuestión ha sido estudiada en varias investigaciones y se ha llegado a la conclusión de que las dos ideologías aportan ciertos beneficios a la convivencia de los grupos, por lo que un equilibrio entre ambas sería lo más recomendable. Yinger (1994), junto con otrxs psicólogxs sociales consideran que este equilibrio debe estar apoyado por un enfoque de integración (Berry, 1984) o de multiculturalismo aditivo. Este enfoque consistiría en combinar el mantenimiento de una identidad única y cultural, que permita la flexibilidad de la sociedad social, junto con la necesidad de tener un terreno común que nos defina como seres similares. Es decir, toma parte de los principios del multiculturalismo y la perspectiva de la ceguera al color. De esta manera, se logrará tener una sociedad cooperativa.

Además, otros estudios introducen la importancia de la intencionalidad percibida de la discriminación racial (PIRD), que se define como la creencia de las personas de que los motivos subyacentes a la discriminación racial pueden ser accidentales o intencionales. En el caso de  que considere que se trata de una discriminación por malentendidos o ignorancia (accidental), el multiculturalismo puede ser una buena forma de trabajar, dando a conocer más aspectos culturales de los grupos mediante su interacción. De esta manera, se producirá un incremento de la toma de perspectiva y del análisis de formas de discriminación (Apfelbaum, Pauker, Sommers, & Ambady, 2010). Si, por otro lado, creen que la discriminación proviene de un tratamiento deliberado y planificado (intencional) será la ceguera al color la ideología que mejore las relaciones étnicas. Esto es porque disminuye la importancia de la pertenencia a grupos diferenciados y aumenta la superposición de unx mismx dentro de un grupo común (Inzlicht, Gutsell, & Legault, 2012), promoviendo un terreno y unos valores compartidos.

¿Y el policulturalismo qué es? ¿Sería útil para conseguir la diversidad? El policulturalismo es la creencia de que las diferentes etnias  han interactuado a lo largo de la historia, intercambiando costumbres, conocimientos y valores entre sí. El resultado del policulturalismo anterior se ve reflejado en la cultura actual. A pesar de que se está explicando como un fenómeno con historia, continuamente se están dando confluencias de grupos étnicos que suponen una riqueza cultural fundamental. Es, por lo tanto, importante considerar esta vertiente en los procesos de la política educativa destinados a la diversidad cultural. Sería interesante fomentar a nivel institucional el contacto intergrupal entre lxs alumnxs de diferentes etnias. Esto se podría llevar a cabo a través de actividades lúdicas programadas, proyecciones de películas, espectáculos de música, exposiciones de arte, concursos de cocina de los diferentes países, etc. Además de lo anterior, también sería muy útil introducir una perspectiva de diversidad cultural en el currículo escolar.

En definitiva, tanto el multiculturalimo como el policulturalismo son dos enfoques muy interesantes para promover el conocimiento de las diferentes culturas. Entender la diversidad como un aspecto crucial del desarrollo de la humanidad supone avanzar en la escala evolutiva, reflejándose esto en un comportamiento más adaptativo a las diferentes situaciones, desarrollo de habilidades artísticas y creativas, mayor madurez psicológica, capacidad de sentir empatía y de compartir. En definitiva, se traduce en desarrollar una personalidad formada por pequeñas porciones de la vida de otras personas.

 “No olvides tu historia ni tu destino”

BobMarley

Para terminar dejo un vídeo del grupo Calle 13, que considero que recoge bien la importancia de respetar los orígenes de las personas, aspecto fundamental en la diversidad.

https://youtu.be/HSz9GrHU9Uc 

Marta Montoro

BIBLIOGRAFÍA

Allport, G. (1954). The nature of prejudice. Reading, MA: Perseus Book Publishing.

Apfelbaum, E. P., K., Sommers, S. R., & Ambady, N. (2010). In blind pursuit of racial equality? Psychological Science, 21, 1587.92. doi: 10.1177/0956797610384741.

Apfelbaum, E. P., Norton, M. I., & Sommers, S. R. (2012). Racial color blindness: Emergence, practice, and implications. Current Directions in Psychological Science, 21, 205-209. doi: 10.1177/0963721411434980.

Hewstone, M. & Brown, R. J. (1986). Contact is no enough: An intergroup perspective on the “contact hypothesis”. En M.Hewstone & R. J. Brown (eds.), Contact and conflict in intergroup encounters (pp.1-44). Oxfor, UK: Blackwell.

Legault, L., Gutsell, J. N., & Inzlich, M. (2011). Ironic effects of anti-prejudice messages: How motivational interventions can reduce (but also increase) prejudice. Psychological Science, 22, 1472-1477. doi: 10.1177/0956797611427918.

Plaut, V. C. (2010). Diversity Science: Why and How difference makes a difference. Psychological Inquiry, 21, 77-99. doi: 10.1080/10478401003676501.

Rosenthal, J. A., & Nussbaum, R. J. (2004). The impact of multiculturalism versus colo-blindness on racial bias. Journal of Experimental Social Psychology, 40, 417-423. doi: 10.1016/j.jesp.2003.09.002.

Rosenthal, L., Levy, S.R. (2016). Endorsement of polyculturalism predicts increase positive intergroup contact and friendship across the beginning of college. Journal of Social Issues, 72 (3), pp.472.488.

Wolsko, C., B., Judd, C. M., & Wittenbrink, B. (2000). Framing interethnic ideology: effects of multicultural and color- blind perspectives on judgements of groups and individuals. Journal of Personality and Social Psychology, 78, 635-654. doi: 10.1037//0022-3514.78.4.635.

 

La locura de estar viva…

Si vas a leer esta entrada te pido un minuto adicional para hacer un pequeño ejercicio mental previo.

Piensa en una persona con enfermedad mental…

 

Hereje, bruja, lunático, posesa, histérica, perturbado, demente, loco, trastornado…

¡Si esta es la imagen que ha generado tu cerebro sigue leyendo porque te puede interesar!…(en el caso de que hayas pensado en otra cosa muy diferente ¡también te interesa!).

A pesar de los avances en el desarrollo de los Derechos Humanos, los análisis recientes de los comportamientos sociales muestran que las actitudes discriminatorias hacia diferentes grupos de población persisten (Ochoa, 2011). Las personas con enfermedad mental, y en especial aquellas con enfermedad mental grave, son juzgadas, estereotipadas, estigmatizadas, en muchos casos excluidas y marginadas por una sociedad que juzga sin conocimiento previo.

La historia de la “locura” es paralela a la historia de la misma humanidad. El desconocimiento y el encierro o la muerte, como precedente, en la antigua Roma. La caza de brujas durante la Inquisición y, la Institucionalización del Manicomio en el siglo XIV o la “fábrica de locura” como se referirán a él años más tarde (Reid, 1816).

 “(Los Médicos) han buscado e imaginado una frontera clara y definible entre cordura y demencia, que no solo ha sido situada imaginaria y arbitrariamente, sino que, al suponer que separaba a los enfermos mentales del resto de la humanidad, ha sido considerada como justificación de ciertas medidas adoptadas contra la fracción condenada (…) una vez encerrado, el mismo encierro es admitido como la prueba más poderosa de la locura” (SZASZ, 1970).

En la actualidad existe un limbo legislativo y sanitario (en la práctica), desde la entrada en vigor de la Ley General de Sanidad de 1986 (hace más de 30 años) con la que se cerraban los Hospitales psiquiátricos, que pretendía y cito textualmente la ley:

 «Sobre la base de la total equiparación de la persona con enfermedad mental a las demás personas que requieren servicios sanitarios y sociales, se desarrollarán, en el ámbito comunitario, los servicios de rehabilitación y reinserción social necesarios para su adecuada atención integral».

El resultado dio lugar a escasos centros de día, opciones de hospitalización privadas, sobrecarga de familias que no sabían o no podían hacerse cargo de la situación. Y en el peor de los casos la indigencia y con ello los procesos de marginación y exclusión social. (FEAFES, Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental).

Las personas que sufren una enfermedad mental se encuentran con dos tipos de problemas: los derivados de su enfermedad o trastorno (a menudo episódicos, intermitentes…) y los que se relacionan con el estigma, que paradójicamente, suelen ser más permanentes y constantes, además de refractarios a la intervención (Rüsch, Corrigan, 2005). La consecuencia de ambos es una considerable disminución de las oportunidades para disfrutar de cierta calidad de vida y de los aspectos relacionados con relaciones sociales, pareja, empleo o salud en general, en un desarrollo básico y digno de la vida cotidiana.

Mujeres y hombres solemos pensar en términos de bueno/malo, deseable/indeseable y aproximable /rechazable (Fazio, Olson, 2003). De esta manera funcionan también los procesos de categorización social. Aunque en principio, éste era un proceso funcional y adaptativo, a la larga se convierte en una manera relativamente fácil de aceptar o rechazar personas según ciertos estereotipos, esquemas y categorías en las que encasillamos a los y las otras. Por otro lado debemos tener en cuenta que el estigma y la exclusión social varían según el momento histórico, país, cultura o entorno político.

Hay que  resaltar que no todas las enfermedades y comportamientos están sujetos al mismo estigma y discriminación. En los países ricos por ejemplo, la depresión, la demencia senil y los trastornos de la alimentación, son por lo general más admitidos, mientras que otros, como la esquizofrenia permanecen asociados con estereotipos negativos tales como violencia y peligrosidad (Corrigan el al, 2002).

 Los últimos estudios muestran que a pesar de que tenemos mucha más información sobre enfermedades mentales, los prejuicios sobre estas personas han aumentado de forma significativa  en los últimos diez años, según recientes investigaciones (en especial para la esquizofrenia y el trastorno bipolar) (Crisp et al, 2002).

 El objetivo de mi entrada es cambiar la visión que tenemos sobre la enfermedad mental y para esto quizá debería terminar presentándome. Me llamo Inma, soy Licenciada en Bellas Artes, Graduada en Trabajo Social, Máster en Psicología Social y doctoranda. Soy Trabajadora Social en OCREM, tengo 33 años, pareja, amigos y amigas, un perro, una vida plena y me diagnosticaron TLP hace unos diez años. No es fácil vivir con un trastorno mental, lo reconozco pero tampoco es imposible.  ¡Y si no te digo que soy la persona sentada delante en el suelo, no podrías diferenciarme porque soy una más y no tengo etiqueta! No pongas barreras tú, si no me las pongo yo.

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Inma Ortega


BIBLIOGRAFIA:

CRISP, A. “Changing minds: every famili in the land. An update on the college’s campaign” Psychiatric Bulletin Nº24, 2000, (pp.267-268)

GOFFMAN, E. “Estigma, La identidad deteriorada”, Ed. Amorrotu. 2003: Buenos Aires.

STRUENING, B  RAHAV, L. PHELAN, J.C. NUTTBROCK, M. “On Stigma and Its Consequences: Evidence from a Longitudinal Study of Men with Dual Diagnoses of Mental Illness and Substance Abuse”Journal of Health and Social Behavior, 1997, 38 (2), (pp. 177-190).

KATZ, E.P. BOYD J. PHELAN J.C. “The relationship of multiple aspects of stigma and personal contact with someone hospitalized for mental illness, in a nationally representative sample”.

Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology, 2010, 45(11), ( pp. 1063-1070).

LÓPEZ, M et al. “La lucha contra el estigma y la discriminación en salud mental. Una estrategia compleja basada en la información disponible”. Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., 2008, VOL. XXVIII, Nº 101, pp. 43-83, ISSN 0211-5735.

OCHOA, S et al. “Estudio cualitativo sobre la autopercepciópn del estigma social en personas con esquizofrenia”. Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq.,2011; 31 (111), (pp. 477-489).

DOI: 10.4321/SO211-57352011000300006.

PEDERSEN, D. “Estigma y exclusión social en las enfermedades mentales: apuntes para el análisis y diseño de intervenciones”. Acta Psiquiátrica y Psicológico de América Latina 2009, 55 (1): 39-50.

RÜSCH, N.; ANGERMEYER, M, C.; CORRIGAN, P., “Mental Illness Stigma: Concepts, Consequences and Initiatives to Reduce Stigma”, Eur. Psychiatry, 2005, 20; (pp. 529-539).

SZASZ, T. “La fabricación de la locura”, Editorial Kairós. 2006: Barcelona.

URIBE, M. MORA, O. CORTÉS, A.C. “Voces del estigma en pacientes y familias con enfermedad mental”. Universitas médicas 2007 VOL.48 Nº3 (pp. 207-220). 2007: Bogotá.

 VV.AA, “La gestión de la locura: conocimiento, prácticas y escenarios (España, siglos XIX-XX)”.

Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Colección estudio Nº 116. 2008: Cuenca.

Las profecías en educación

El efecto de los prejuicios en el proceso de aprendizaje

Esta entrada tiene como objetivo ayudar al lector a comprender cómo influyen y condicionan en el proceso de aprendizaje las expectativas y los prejuicios de lxs profesorxs sobre la capacidad de sus alumnxs, teniendo en cuenta el papel del “Efecto Pigmalión” en este proceso de aprendizaje, describiendo los factores que lo causan, así como posibles medidas para evitar el efecto negativo de dichos prejuicios.


“Si metemos varias pulgas en una pequeña caja de cristal, podremos ver cómo saltan sin cesar contra las paredes y el techo de la caja. Si después de un tiempo las sacamos de su encierro y las dejamos en libertad podremos ver que sólo realizan saltos como los que efectuaban dentro de la caja. Se han acostumbrado a los límites, se han habituado a unos esfuerzos recortados por la experiencia. Los amaestradores han condenado a las pulgas a su pequeño fracaso.” M.A. Santos Guerra

Esta analogía trata de representar lo que se produce en algunos contextos de aprendizaje, donde nuestro éxito o fracaso está en gran parte mediado por el criterio con el que somos educadxs, y este, a su vez, está marcado por las expectativas que tienen nuestrxs educadorxs acerca de hasta dónde podemos llegar.

Pero… ¿qué son realmente esas expectativas, a qué se deben y cómo influyen en nuestro proceso de aprendizaje?

La mayoría de nosotrxs guarda en su memoria recuerdos de los distintos profesorxs que ha tenido durante la etapa de aprendizaje, algunos de ellos muy buenxs, otros no tanto. ¿En qué se diferencian esos buenxs o malxs profesorxs, qué es lo que los hacía “buenos o malos”? Quien despertó tu interés, con quien más o menos aprendiste, mejor te lo pasaste o más te motivo, o todo junto, pero sin duda en mayor o menor medida te marcó. Marcó tus expectativas, tu motivación, y por qué no, tu futuro. Y esto es un hecho, nuestro éxito o fracaso, nuestro presente y nuestro futuro está en gran parte mediado por aquellas personas  que se ocupan de nuestro aprendizaje.

Son muchos los factores que influyen en ese proceso de aprendizaje, pero hay uno fundamental, en relación con la temática del blog, que es crucial. Hablamos de las expectativas que tienen lxs profesorxs acerca de hasta donde pueden llegar sus alumnxs, de los sesgos y prejuicios que marcan y median en el proceso de aprendizaje.

Hablamos del Efecto Pigmalión, de la Profecía Autocumplida. Ambos términos hacen referencia a como las expectativas que tenemos acerca del desempeño o las habilidades de otra persona, nos llevan a desarrollar una serie de conductas que influyen en el rendimiento de esa persona. En este breve spot publicitario se ejemplifica bien en que consiste el efecto Pigmalión.

El lastre de este efecto lo podemos ver en cualquier colegio. Hay una cantidad ingente de profesorxs que fruto de las expectativas acerca del rendimiento de sus alumnxs acaban convirtiéndose en “profetas malditxs”, condenando a muchxs alumnxs al fracaso. “Estx niñx es tontx, no se entera” “Estx niñx no va a llegar a nada” o “Estx niñx es hiperactivo” son frases que casi todos hemos escuchado referir alguna vez a lxs profesorxs sobre sus alumnxs. El problema es que esto se acaba convirtiendo en cierto. Al final esx niñx puede no llegar a nada, cumpliendo, por tanto, la profecía. Esto se entiende bastante bien con un ejemplo. Si se anuncia que este fin de semana habrá escasez de tal producto en los supermercados, la gente acudirá en masa a comprar ese producto, lo cual hará que realmente haya escasez en el fin de semana. Si le decimos a unx alumnx que va a suspender un examen, es mucho más probable que lo suspenda. La persona acaba haciendo suya “la profecía”, acaba siendo víctima de ella. La única manera de que no lo haga es que se rebele, que se sobreponga, que se demuestre así mismx que puede hacerlo, porque realmente, puede hacerlo.

Pero hay algo fundamental que pueden hacer todas las partes implicadas en el proceso educativo. Madres, padres, profesorxs, educadorxs… Todxs pueden poner de su parte para que esto cambie. Se hace necesario que todas estas partes sean formadas y educadas en el efecto que tienen sus actitudes y sus palabras. En la losa en la que se puede convertir sus prejuicios y expectativas si no los cambian. La ansiedad que generan en sus alumnxs si emiten esta serie de juicios perniciosos, que son parte responsable del fracaso de sus alumnxs, que no vale escudarse en el TDAH, ni en otra serie de trastornos inventados (si, inventados) que justifiquen su fracaso como docentes. Para todo esto hay que dotar estrategias para posibilitar el cambio, dando a conocer el proceso por el cual se producen y se forman dichos sesgos y prejuicios. Dando a conocer el papel que juega la amenaza del estereotipo, donde los intentos por no confirmar el estereotipo bajo el que estamos siendo juzgados, pueden llevarnos a una situación de ansiedad que dificultará nuestro rendimiento y por tanto, lo confirmen. Todo esto nos ayudará a comprender que es lo que está pasando, interpretar las emociones de lxs alumnxs, empatizar con ellxs y por tanto ayudarles. Y las consecuencias que tiene no hacerlo.

Todo esto es una meta social y colectiva, no individual, las consecuencias de hacerlo o no hacerlo son para todxs, no solo para lxs alumnxs y profesorxs. Tenemos que conseguir que lxs docentes dejen sus prejuicios en los pasillos antes de entrar en las aulas, que el proceso educativo sea una etapa de crecimiento, que lxs profesorxs den alas a sus alumnxs, que despierten en ellxs el interés por aprender y enfrentarse a la vida. Que los límites los marque la propia experiencia y no los prejuicios y expectativas que tengan otrxs sobre nosotrxs.

Por último, rescato un fragmento del discurso de un profesor a sus alumnxs, en la película “Lugares comunes”, de Adolfo Aristaráin.

“Mostrar no es adoctrinar. Enseñar es dar una información enseñando el método a entender analizar, razonar y cuestionar esa información. Lo que se impone por la fuerza, no se queda. Nadie es mejor persona por saber en qué año nació Cervantes. Enseñar a pensar, no a valorar por las respuestas. No hay respuestas correctas. Despierten en sus alumnos el dolor de la lucidez, sin límites, sin piedad

Carlos Herruzo


BIBLIOGRAFIA:

Babad, E., Inbar, J., & Rosenthal, R. (1982). Pygmalion, Galatea, and the Golem: Investigations of biased and unbiased teachers. Journal Of Educational Psychology74(4), 459-474.

Brophy, J. (1983). Research on the self-fulfilling prophecy and teacher expectations. Journal Of Educational Psychology75(5), 631-661.

García de Vinuesa, F., González Pardo, H., y Pérez Alvarez, M. (2015). Volviendo a la normalidad (1st ed.). Madrid: Alianza Editorial.

Loyola, F. (2007). Yo soy: Expectativas, imaginación y realidad en la relación profesor-alumno en la universidad. Revista Digital De Investigación En Docencia Universitaria, (2), 10.

Rosentahl, R. y Rubin, D.B. (1978). Interpersonal expectancy effects: the first 345 studies. The Behavioural and Brain Sciences, 3, 377-415

¿SON BENEFICIOSOS LOS VIDEOJUEGOS? LA IDENTIDAD SOCIAL RESPONDE.

A pesar de la violencia que pueden generar los videojuegos, la Identidad Social ayuda a los Gamers a afrontar las dificultades del día a día.


Ser Gamer se definiría como aquellas personas que juegan asiduamente a videojuegos; éstas son cada vez más numerosas, y forman una comunidad que está creciendo a pasos agigantados; para mostrar algunos datos recientes del año 2016, aproximadamente 100 millones de personas al mes, jugaron asiduamente al videojuego “League of Legends”, 13 millones jugaron a DOTA 2 (eSports, 2016) y 12 millones jugaron al World of Warcraft (Blizzard, 2016).

Pero bien es verdad, que a pesar de seguir creciendo, dicha comunidad sigue estigmatizada por gran parte de la sociedad. Existe el prejuicio de que los videojuegos son sólo para el género masculino y para niños y adolescentes, pero los datos bien muestran una realidad distinta: aunque bien es cierto que mayoritariamente son hombres, hay un porcentaje considerable en algunos videojuegos, dónde el 15% de sus jugadoras son mujeres y además, aproximadamente un 60% son mayores de 19 años, lo que indica que no son tan jóvenes como parecen (Griffiths, Davies y Chappell, 2003). Para resaltar el hecho de que hay minoría de mujeres en el mundo de los videojuegos, cabe mencionar un acontecimiento ocurrido en la red social Twitter, en la cual, mediante el hastag “#1reasonwhy”, diferentes mujeres escribieron acerca del sexismo existente en los videojuegos, y la misoginia que habían sufrido ellas de primera mano por causa de estos; y por el contrario muchos hombres lo utilizaron para atacar a las mujeres, exponiendo razones por las cuales no deberían dedicarse al mundo de los videojuegos (Shapiro, 2012).

Otro de los principales estigmas de esta comunidad es que gran parte de estos videojuegos contienen una gran cantidad de violencia, porque su principal cometido es “matar” al enemigo. Por lo que, el gran peligro de esta violencia es que puede dar lugar a un aumento del comportamiento agresivo en las personas que los juegan (Berkowitz, 1984, Fischer, Guter y Frey, 2008; Giu-metti y Markey, 2007; Huesmann, 2007; Huesmann y Taylor, 2006; Hummer y col., 2010).

Entonces, la gran pregunta es: ¿qué le lleva a una persona a consumir una gran cantidad de tiempo en jugar a videojuegos? La Teoría de la Identidad Social podría tener en parte la respuesta.

En 1972, Tajfel definió la identidad social como “aquella identidad que está ligada al conocimiento de su pertenencia a ciertos grupos sociales y al significado emocional y evaluativo que surge de esa pertenencia”. De igual manera, ésta se produce como resultado de que una persona se defina a sí misma a partir de la pertenencia a un cierto grupo social (Turner y Haslam, 2001, p.28). La identificación social fundamentalmente afecta a la manera en que las personas se perciben así mismas y su sitio en el mundo (Dingle, Brander, Ballantyne, y Baker, 2012; Haslam, Jetten y Waghorn, 2009; Jones, Parker-Raley y Barczyk, 2011). Muchas de las personas encuentran en los videojuegos no sólo una historia que les pueda hacer disfrutar, un desafío que superar, o simplemente, diversión, sino que también encuentran una comunidad que les acoge y les ayuda a cumplir sus objetivos dentro de los videojuegos, consiguiendo de esta forma desarrollar una identidad social positiva. Un ejemplo de ello, es el juego de Evermore, en el cual más de la mitad de los jugadores suelen jugar en grupo (Griffiths y col. 2003).

Por otra parte, las personas encuentran en los videojuegos una manera de afrontar sus dificultades. El hecho de sentirse dentro de esta comunidad que los respalda, a pesar de estar en cierta medida, estigmatizada por la sociedad, les puede ayudar a afrontar situaciones adversas de su vida diaria (Bakouri y Staerklé, 2015), ya sea a nivel individual, como grupal. En este último caso, hay estudios que demuestran cómo la identidad social del individuo en grupos desfavorecidos refuerza su capacidad para afrontar situaciones adversas (McNamara, Steveson y Muldoon, 2013). De igual manera, hay otros estudios en los cuales la identidad social muestra una relación positiva con el apoyo social percibido (Haslam y col., 2005; Levine, Prosser, Evans, and Reicher (2005). Esto explicaría el compañerismo existente entre la comunidad Gamer, el cual puede conllevar a un incremento en el bienestar social de quienes juegan. Este argumento tiene relación con algunos estudios que afirman que sentirse identificado/s con un grupo, puede llegar a producir un incremento en el bienestar social de la personas (Haslam, Jetten, Postmes y Haslam, 2009).

En definitiva, ¿son beneficiosos los videojuegos para aquellos que los juegan? La teoría de la Identidad Social aporta argumentos a favor de esta idea, aun siendo todavía un colectivo estigmatizado por la sociedad, por lo que es probable que se abran nuevas líneas de investigación sobre este tema. Destacar también, que la mujer sigue siendo una minoría dentro de la comunidad Gamer, por lo que habría que plantearse estrategias desde una perspectiva de género para facilitar una mejor integración de las mujeres en ella. Bien es cierto que la investigación relacionada con videojuegos es escasa y muy reciente, por lo que aún queda mucho por hacer en este campo.

Gonzalo Sánchez


BIBLIOGRAFÍA

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Bakouri, M., & Staerkle, C. (2015). Coping with structural disadvantage: Overcoming negative effects of perceived barriers through bonding identities. The British Journal of Social Psychology, 54(4), 648-670.

De la Torre, A. (2013). Factores moduladores de la respuesta agresiva en la exposición a videojuegos violentos. Anales De Psicología, 29(2), 311-n/a

Esportseldesmarque (2016, 13 de  Septiembre). LoL cuenta con 100 millones de jugadores activos mensuales. Extraído el 6 de Febrero de 2017 desde http://esports.eldesmarque.com/league-of-legends/lol-100-millones-jugadores-activos-8184.

Griffiths, M. D., Davies, M. N. O., & Chappell, D. (2003). Breaking the stereotype: The case of online gaming. Cyberpsychology & Behavior : The Impact of the Internet, Multimedia and Virtual Reality on Behavior and Society, 6(1), 81-91

Haslam, S. A., Jetten, J., Postmes, T., & Haslam, C. (2009). Social identity, health and well-being: An emerging agenda for applied psychology. Applied Psychology: An International Review, 58(1), 1-23.

McNamara, N., Stevenson, C., & Muldoon, O. T. (2013). Community identity as resource and context: A mixed method investigation of coping and collective action in a disadvantaged community. European Journal of Social Psychology, 43(5), 393.

Morales, J. F. (2007). Psicología Social. Madrid. McGraw-Hiill.

Encerradas

59.681 personas, 4.452 mujeres. “Estamos en terreno de hombres”.

La prisión actúa como una sociedad en la que las mujeres son marginadas, son objeto de prejuicio dentro y fuera, conozcamos su realidad.


De acuerdo con los datos de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, en las cárceles españolas actualmente se encuentra preso un 5% de la población, de este porcentaje, las mujeres representan apenas el 7%, lo que deja entrever que éstas se encuentran en una situación doblemente vulnerable: forman parte de una minoría social excluida catalogada como “delincuente” y son minoría en su “nuevo” contexto, un contexto ideado, materializado y confeccionado por y para hombres. Por si esto fuera poco, tanto dentro como fuera de prisión, las mujeres se enfrentan a un duro golpe patriarcal: la estigmatización de una mujer que no ha sabido comportarse, se ha salido de su rol y se ha convertido en una criminal, en otras palabras, es la “antimujer” (Herrera, 1993).

No es baladí esta cuestión, la población reclusa en general, y las mujeres en particular, son víctimas de numerosos prejuicios que generan rechazo en la población, sufren un proceso de deshumanización, tras el que la población acaba convencida de que las personas privadas de libertad tienen lo que se merecen porque “se han portado mal” y han de ser castigadas.

En las mujeres este proceso es especialmente interesante, el número de población femenina reclusa ha sufrido un gran aumento en los últimos años y, en España, este fenómeno se ha estudiado bastante. Una de las autoras  más sonadas es Naredo (2005) que tras hacer un interesante balance de causas y consecuencias de este aumento, señala un factor que consideramos determinante: la tendencia en auge a la criminalización de comunidades minoritarias.

En la realidad de los centros penitenciarios españoles, el perfil de las mujeres reclusas no atiende a un marcado deterioro personal o físico, ni a identidades carentes de habilidades o de escasa adaptación social… y ni tan siquiera la gran mayoría de ellas presentan problemas de desarraigo familiar. Son mujeres tratando de desenvolverse en un contexto “anormal” que las hace invisibles. Tratan de sobrellevar las circunstancias de desventaja a las que se ven sometidas (escasa separación en los módulos ya sea por edad, situación procesal o tipología de delito, cuando en los hombres esto es indispensable) y de adaptarse a un entorno hostil.

Dado el panorama que se ha expuesto, consideramos que la reducción del prejuicio hacia este colectivo especialmente vulnerable e invisibilizado ha de ser inminente y reflexiva. Partiendo de una educación que fomente la socialización parental no prejuiciosa, un aprendizaje colaborativo que promueva la aceptación de todas las realidades sociales y que favorezca una participación extracurricular que, mediante actividades no formales, organice una mente consciente de los problemas del mundo real.

Para esto, podemos utilizar una serie de técnicas y estrategias sencillas, avaladas empíricamente y trasladadas desde otros contextos conflictivos al que nos ocupa en esta ocasión.

En primer lugar, vamos a hablar de la “Teoría del procesamiento activo” que viene a demostrar que un contacto breve con una persona reclusa, podría generar cambios duraderos en la mentalidad de las personas prejuiciosas. Esto se basa en la necesidad de ver el mundo desde el punto de vista ajeno, si además conseguimos relacionarlo con situaciones en las que nosotras mismas hayamos sido víctimas de prejuicios, generaremos más empatía y, en consecuencia, una conducta de cambio hacia la tolerancia. Este efecto es exponencialmente más visible y rápido cuando la mujer reclusa explica en primera persona y directamente, que se siente discriminada e injustamente valorada (Broockman & Kalla. 2016).

Otra técnica verdaderamente útil es la “inducción de conflicto moral”. Aplicado a mujeres reclusas podemos plantearlo de la siguiente forma: frente a la concepción penitenciaria punitiva, que transmite un discurso prejuicioso y negativo hacia quienes infringen las normas, coexiste un discurso más realista, consciente de que es muy fácil incurrir en actividades delictivas de forma no intencionada o bien como medida desesperada, pero que, desde luego, puede afectar a cualquiera. El discurso negativo es producto de un proceso automático, aprendido, y para reducirlo es necesario cambiar la asociación automática por sentimientos, creencias y actitudes no prejuiciosas, a través de la reflexión. Para ello, es útil cuestionarse la funcionalidad del prejuicio, es decir, si en tu discurso diario abogas por valores como igualdad, justicia social y humanidad, ¿no es hipócrita discriminar a una mujer por ser reclusa? Este proceso puede ser mucho más significativo si una persona con la que tienes lazos sentimentales como tu esposa, madre, hermana… entra en prisión (Herek & McLemore, 2013).

La tercera y última estrategia se basa en la “imitación de un referente social”. Esta estrategia funciona principalmente en grupos pequeños, a los que nos sentimos unidas y por los que nos consideramos representadas. En estas condiciones, si un referente importante del grupo (“líder”) presenta un cambio de actitud, o directamente, utiliza un discurso libre de prejuicios hacia las mujeres reclusas, hará que gran parte de la comunidad, por mera imitación, genere un patrón social de normalización de la conceptualización de las mujeres reclusas y erradicación de la discriminación del colectivo (Paluk, Shepherd & Aronow, 2016). De ahí la importancia de visibilizar a este colectivo, y de que sean personas con gran capacidad de influencia social las que lo hagan.

Para concluir, una pequeña reflexión: la cárcel no es más que una representación en miniatura de la sociedad, hay jerarquías, hay sexismo y hay desigualdad.

Hay mucho trabajo que hacer dentro de prisión, claro que sí; también hay que hacer una gran apuesta por la educación social para evitar delitos, por supuesto; pero no podemos perder de vista que la prisión es una realidad del hoy. Debemos preparar a la sociedad para que aprenda a acoger a las personas que salen, y, sobre todo, a esas mujeres a las que hemos deshumanizado e invisibilizado y que a su vuelta a la sociedad se encuentran con indiferencia y más discriminación. Debemos cambiar, abrir las mentes y reflexionar sobre qué tipo de sociedad queremos ser.

Isabel Rodríguez


BIBLIOGRAFIA

Alameda, E., Di Nella, D. & Navarro, C. (2012). Women, prisons and drugs: data and reflections. Oñati Socio-legal Series, 2 (6), 122-145.

Broockman, D., & Kalla, J. (2016). Durably reducing transphobia: A field experiment on door-to-door canvassing. Science, 352, 220-224.

Godsil, R. D., Tropp, L. R., Goff, P. A., Powell, J. A., & MacFarlane, J. (2016). The science of equality, vol. 2: The effects of gender roles, implicit bias and stereotype threat on the lives of women and girls. Perception Institute.

Herek, G., McLemore, K. (2013). Sexual Prejudice. Annual Reviews Psychology, 64, 309-333.

Herrera, M (1993). Mujeres y Prisión. Cuadernos de Política Criminal, 49, 339-354.

Naredo, M. (2005). ¿Qué nos enseñan las reclusas? La criminalización de la pobreza desde la situación de reclusas extranjeras y gitanas.

Paluck, E.L. Shepherd, H., & Aronow, P. (2016). Changing climates of conflict: A social network driven experiment in 56 schools. PNAS, 113, 566-571.

¿A qué edad aparecen los prejuicios?

Existe una cuestión que nos ronda la cabeza cuando nos paramos a pensar en la existencia del prejuicio en la sociedad, y es que… ¿son los prejuicios propios de las personas adultas? La respuesta a esto es NO, por lo que una serie de nuevas cuestiones más profundas nos penetra en la mente, entonces… ¿cuándo se empiezan a adquirir/desarrollar en nosotrxs?, y… ¿por qué pasa esto?, es que… ¿a caso se podría evitar? Son muchas las investigaciones que se han llevado a cabo a lo largo de años para poder dar respuesta a estas preguntas y comprender el desarrollo evolutivo del prejuicio.


Los prejuicios son en cierto grado inevitables, debido a los limitados recursos cognitivos y las fuerzas sociales (Levy y Hughes, 2009)

Cuando llegamos al mundo una gran cantidad de información se presenta ante nosotrxs, por lo que necesitamos empezar a hacer categorizaciones para reducir la diversidad que percibimos. Alrededor de los 3-4 meses las criaturas pueden distinguir entre blanco y negro, de los 18 a los 24 meses son capaces de diferenciar etiquetas de género, y de los 2 años y medio a los 3 se empieza a aprender sobre estereotipos y las relaciones de estatus-poder (Martin y Ruble, 2010). Pero no es hasta los 4-5 años cuando empiezan a ser notables las diferencias, las cuales generan comparaciones y evaluaciones que dan lugar a la formación de prejuicios.

Las causas de la formación de los prejuicios en la infancia son de diversa procedencia, existen tres enfoques teóricos fundamentales para su comprensión.

El primero se centra en los aspectos internos de las criaturas, como por ejemplo el hecho por el cual tanto las niñas como los niños se relacionan casi exclusivamente con miembros de su mismo género. Se apoya en teorías genético-evolutivas* (Kohlberg, 1966; Piaget, 1966) y teorías basadas en el concepto de esquema* (Bem, 1981; Markus y Oyserman, 1989). En estas se resaltan los factores motivacionales asociados a la necesidad de sentirse identificadxs con un grupo (Tajfel, 1981), y se enfatizan los niveles de desarrollo cognitivos y emocionales alcanzados (depende de la edad que tenga la criatura y la etapa evolutiva en la que se encuentre).

El segundo enfoque resalta las influencias externas, como los agentes socializadores* que rodean a la criatura (familia, medios de comunicación, escuela). La teoría del aprendizaje social* propone que; la observación de conductas realizadas por personas relevantes son imitadas por las criaturas (Bandura, 1986). Un claro ejemplo es el estudio realizado en 2007 por Castelli, De Dea y Nesdale, en el cual se demuestra que a edad preescolar, las criaturas ya son sensibles al etiquetaje y uso que los adultos hacen de los grupos sociales (Patterson y Bigler, 2006), aunque sea mediante comportamientos no verbales (mantenimiento de mayor distancia con una persona de otra etnia, evitación del contacto ocular, etc).

Finalmente la Teoría del Desarrollo Intergrupal* de Bigler y Liben, 2007, destaca tanto la influencia de factores internos como externos en el desarrollo de prejuicios y estereotipos. Esta teoría señala tres procesos fundamentales para la aparición de los prejuicios en la infancia: la relevancia de determinadas características personales (algunos atributos como los rasgos físicos y el tamaño proporcional del grupo se vuelven más destacados), la categorización de las personas en función de ello y el desarrollo de estereotipos y prejuicios sobre esos grupos sociales destacados. Y es que, cuando los grupos son etiquetados, tratados u ordenados de manera diferente, las criaturas los conceptualizan mostrando una preferencia hacia su propio grupo. En 2009, Castelli, Zogmaister y Tomelleri mostraron cómo a edades tempranas (preescolar) existen evidencias claras de favoritismos hacia el propio grupo étnico, y que estos aumentan cuanto mayor es la trasmisión de actitudes raciales de madres y padres. Es decir, los prejuicios se refuerzan en la familia.

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Adaptada de Bigler, R.S., & Liben, L. S. (2007) Developmental Intergroup Theory Explaining and Reducing Children’s Social Stereotyping and Prejudice. Current Directions in Psychological Science, 16, 162-166.

Gordon Allport, 1954, destacó la eficacia de la prevención desde la infancia como mejor forma de combatir el prejuicio en personas adultas

La percepción de exclusión y discriminación genera un sufrimiento en las criaturas que puede tener consecuencias a largo plazo, como la aparición de problemas de autoestima y motivación, que pueden influir en las oportunidades de su futuro (Enesco y Guerrero, 2012). Un estudio reciente ha demostrado como a la edad de 6 años, ya conocen el estereotipo de que «los niños son más listos» y comienzan a evitar actividades intelectuales como las matemáticas y la física, con ello, creando aspiraciones profesionales basadas en estereotipos sociales sobre el género, a pesar de ser conscientes de que los niños obtienen peores calificaciones en la escuela (Bian, Leslie y Cimpian, 2017). Niñas y niños son socializadxs de forma diferente, asumen normas sociales y patrones de comportamiento dependiendo del género y utilizan esas etiquetas para organizar su mundo social (Bigler y Liben, 2007).

Si el entorno en el que crecen las criaturas no trata de inocular esta aparición de prejuicios, será difícil que se desarrollen valores éticos y fundamentales como la tolerancia, igualdad y respeto a la diversidad. La toma de conciencia de esta realidad social puede aplicarse a la educación que prestan lxs maestrxs y lxs madres/padres, ya que son las figuras de referencia más cercanas que tienen las criaturas en las primeras etapas de su vida.

Anna Caballo


BIBLIOGRAFÍA

Bian, L., Leslie, S.J., & Cimpian.A. (2017)Gender stereotypes about intellectual ability emerge early and influence children’s interests. Science 355, 389–391.

Bigler, R.S., & Liben, L. S. (2007) Developmental Intergroup Theory Explaining and Reducing Children’s Social Stereotyping and Prejudice. Current Directions in Psychological Science, 16, 162-166.

Castelli, L., De Dea, C., Nesdale, D. (2007). Learning social attitudes: children’s sensitivity to the nonverbal behaviors of adult models during interracial interactions. Personality and Social Psychology Bulletin, 34, 1504-13.

Castelli, L., Zogmaister, C., & Tomelleri, S. (2009) The Transmission of Racial Attitudes Within the Family. Developmental Psychology, 45, 586–591.

Enesco, I., Guerrero, S., Solbes, I., Lago, O., Rodríguez, P. (2009). «El prejuicio étnico: una revisión de estudios evolutivos en españa». En cultura y educación, 21, 4, pp. 497-515.

Levy & Hughes (2009). Development of Racial and Ethnic Prejudice Among Children. En T.D. Nelson. Handbook of prejudice, stereotyping and discrimination. NY: Psychology Press.

Montañes, M.P. (2012). Desarrollo del sexismo ambivalente y atractivo de las personas sexistas. Tesis doctoral. Universidad de Granada. ISBN: 978-84-9028-134-5.

Edadismo ¿Qué es?

APROXIMACIÓN SOCIOLÓGICA A LOS PREJUICIOS DE LA VEJEZ

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Con el envejecimiento de la población mundial, los prejuicios hacia las personas por condición de edad van acrecentándose. Ahora bien, ¿por qué se mantienen estos prejuicios? ¿es realmente la edad un aspecto que condena la propia vida? ¿hasta qué punto esta condena impuesta es similar entre hombres y mujeres? y ¿qué podemos hacer para huir de estos prejuicios que provocan la exclusión social de la vejez?. Todas estas preguntas han obtenido respuestas desde un enfoque psicosocial. Adéntrate en esta pequeña aportación literaria para comprender la relevancia de la problemática, y anímate tras la lectura a “subirte al tren desmitificador de la tercera edad”. La lucha es mía; también tuya. La lucha es por ende, de todos y todas.


¿Que cuántos años tengo?

¿Que cuántos años tengo?

¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo,
sin miedo al fracaso o lo desconocido…
Pues tengo la experiencia de los años vividos
y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Pues unos dicen que ya soy viejo
otros “que estoy en el apogeo”.
Pero no es la edad que tengo,
ni lo que la gente dice,
sino lo que mi corazón siente
y mi cerebro dicte.

Tengo los años necesarios
para gritar lo que pienso,
para hacer lo que quiero,
para reconocer yerros viejos,
rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir:

 

¡Estás muy joven, no lo lograrás!…
¡Estás muy viejo/a, ya no podrás!… Tengo la edad en que las cosas

se miran con más calma,
pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños,
se empiezan a acariciar con los dedos,
las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor,
a veces es una loca llamarada,
ansiosa de consumirse en el fuego
de una pasión deseada.
y otras… es un remanso de paz,
como el atardecer en la playa…
¿Que cuántos años tengo?
No necesito marcarlos con un número,
pues mis anhelos alcanzados,
mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derramé
al ver mis ilusiones truncadas…
¡Valen mucho más que eso!
¡Qué importa si cumplo cincuenta,
sesenta o más! Pues lo que importa:
¡es la edad que siento! Tengo los años
que necesito para vivir libre y sin miedos.

 

 

José Saramago

 

El planeta azul envejece. Esto es un hecho inminente en la población tanto en países en desarrollo como ya desarrollados, debido al descenso sostenido en las tasas de natalidad y al incremento de la esperanza de vida. El estado español, en 2015, según los datos del padrón continuo (INE), contaba con un 18,4% de personas mayores de 65 años del total de 46.624.382 de españoles, y la proporción de octogenarios creció representando el 5,8% de la totalidad. Cataluña, Andalucía y Madrid son las comunidades autónomas con más población de edad, superando el millón de personas cada una; y las cifras van aumentando. Tal es el crecimiento, que el pasado 2016, el INE predijo una cifra del 38,7% de personas ancianas sobre territorio español. Más allá de la tierra patria, nuestros vecinos alemanes, italianos y británicos también ocupan las primeras posiciones de población más envejecida en la Unión Europea (EUROSAT, 2014).

En Psicología Social, el estudio de las personas mayores se ha llevado a cabo analizando las relaciones que mantienen los miembros de la sociedad y los vínculos que establecen los grupos a los que éstos pertenecen. Los atributos más salientes de las personas cumplen un papel esencial en la forma en la que éstas son categorizadas. De este modo, la edad como tal es una de las primeras características que usamos a la hora de describir a alguien (Expósito, 2005). Una característica, no obstante, que suele adquirir connotaciones controvertidas. Como diría José Saramago, la edad nos indica las metas que podemos alcanzar y a cuáles debemos renunciar: “¡Estás muy joven, no lo lograrás!, ¡Estás muy viejo, ya no podrás!”. En base a esto, cumplir años desempeña entonces una importante función: Desde siempre, la edad ha provocado que las personas sean caracterizadas con una serie de particularidades rígidas que definen su propia esencia y a partir de éstas, se determina si son aptas o no para realizar ciertos comportamientos (Beiger y Luckmann, 1966).  Es así como surge la defensa de los mitos asociados a la vejez, que se manifiestan a través de estereotipos negativos (como la incapacidad física y/o mental). Estos mitos a su vez conducen al edadismo y a la exclusión social de la ancianidad.

Pese a que el edadismo se define como el prejuicio (ver entrada de Marta Sueiro: ¿qué es el prejuicio?) y la discriminación contra cualquier persona por condición de edad, la mayoría de las investigaciones realizadas se han centrado en estudiar los prejuicios hacia la vejez. Aunque en este colectivo, el edadismo puede ser tanto hostil como benevolente, ambos incurren en actos discriminatorios. Mientras que en el primer caso, el/la perceptor/a  siente una aversión extrema hacia la persona mayor; en el segundo, el/la perceptor/a evalúa a la persona mayor a través de estereotipos benévolos basados en el miedo de su propio envejecimiento (Nelson, 2005). En la línea de la teoría del contacto intergrupal (Allport, 1954), las personas valoran de forma más negativa la vejez como grupo homogéneo, pero sin embargo, evalúan de forma más positiva o menos negativa a las personas cercanas del colectivo con las que mantienen buen contacto (p.ej. familiares). Por el contrario, se observa en quiénes cuidan a personas mayores en residencias, que el contacto negativo con los/las ancianos/as tiene como consecuencia más deshumanización (Drury et. al, 2017).  En general, de acuerdo con el modelo del contenido de los estereotipos (SCM) (Cuddy y Fiske, 2002) los/las jóvenes tienden a percibir al colectivo de la ancianidad como incompetente pero amable. La percepción de incompetencia lleva además a que reciban un trato infantilizado.

Pese a que los hombres no son inmunes a recibir los prejuicios por condición de edad, los objetivos de estas valoraciones negativas y quiénes sufren las consecuencias de las mismas, son en mayor medida, las mujeres.

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Esto se debe en primer lugar a que la vejez tiende a feminizarse y por tanto, el sexo predominante en esta etapa es el femenino. En 2014, en el estado español, las mujeres tenían una esperanza de vida de 85,6 años frente a los 80,1 años de los hombres (INE, 2015). En segundo lugar, recurriendo a la teoría del rol social (Eagly, 1987) la mujer sería doblemente discriminada porque tradicionalmente ha estado relegada al ámbito doméstico; por lo que la edad es una razón más para mantenerla en la esfera privada. Además, las mujeres son percibidas como mayores antes que a los hombres y pasan a ser invisibles mucho antes que ellos, destacando el estándar del envejecimiento <<los hombres maduran; las mujeres envejecen>>. En los hombres, incluso algunas características de madurez son deseables para la sociedad, pero en las mujeres el canon de belleza socialmente aceptado reside en los rasgos de la juventud. Asimismo, sufren más estigma sexual, ya que socialmente para lograr la satisfacción vital, las mujeres deben sentirse sexualmente atractivas y deseables por los hombres (De Lemus y Expósito, 2005) (*).

(Fragmento de la película “Calle Mayor”) (*)

https://www.youtube.com/watch?v=Ykx_izcL8bg&t=47s

Más allá de los procesos de evaluación negativa que  hacen asumir que la edad avanzada de las personas es inherente a sus limitaciones físicas, mentales, de comportamiento y a los limitados propósitos que deben ser planteados en esta etapa, cabe destacar, que la edad cumple también  una función protectora. Ésta consiste en permitir minimizar en la medida de lo posible, los impactos negativos asociados a las pérdidas de seres queridos o asociados a los cambios experimentados por nosotros/as en el proceso de envejecimiento (Beiger y Luckmann, 1966). En este sentido, el Modelo de la identidad social del cambio de identidad, SIMIC) (Jetten et al. 2009)  ha demostrado que tener contacto con personas de nuestro entorno social como amistades y familiares así como pertenecer a múltiples grupos sociales y mantenerse en ellos durante esta etapa de transición vital, que se asocia con cambios tan drásticos como la jubilación, permite proteger la salud, el bienestar y reducir el riesgo de muerte prematura (Steffens et al. 2016; http://journal.frontiersin.org/article/10.3389/fpsyg.2016.01519/full)

Con todo esto, asumir el avance de la edad y reconciliarnos con el envejecimiento al que todos/as estamos expuestos/as, es la mejor forma de que nosotros/as mismos/as, como agentes evaluadores de la sociedad, escapemos de los estereotipos, los prejuicios y la discriminación de las personas mayores, pues al fin y al cabo, <<no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte>>.

Te invito ahora a subirte al “tren desmitificador” de la vejez:

tren-blog

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2016/12/14/madrid/1481732081_509287.html    

http://elpais.com/elpais/2017/01/03/mordiscos_y_tacones/1483468318_944920.html 

http://politica.elpais.com/politica/2016/11/22/actualidad/1479818591_582025.html 

http://elpais.com/elpais/2016/11/28/buenavida/1480349409_457298.html     

http://www.elespanol.com/ciencia/salud/20170104/183481852_0.html 

http://smoda.elpais.com/celebrities/iris-apfel-91-anos-y-leyenda-viva-del-estilo/

Andrés Riquelme


BIBLIOGRAFÍA

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Beiger,P. & Luckmann,T.(1966). The social construction of reality. Nueva York: Doubleday.

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De Lemus, S. y Expósito, F. (2005). Nuevos retos para la Psicología Social: edadismo y perspectivas de género. Pensamiento Psicológico, 1 (5), 33-51.

Dury, L., Abrams, D., Swift, H. J., Lamount, R. A., & Gerocova, K. (2017). Can caring create prejudice?. An investigation of positive intergenerational contact in care settings and the generalisation of blatant and subtle age prejudice to other older people. Journal of Community & Applied Social Psichology, 27 (1), 65-82.

Eagly, A.H. (1987). Sex differences in social behavior: A social role interpretation. Hillsdale, NJ: Erlbaum.

Expósito, F. (2005). Antecedentes históricos de la Psicología Social Aplicada. En F. Expósito y M. Moya (Eds.), Aplicando la Psicología Social (23-44). Madrid: Pirámide.

Jetten, J., Haslam, C., Haslam, S. A., & Branscombe, N. (2009). The social cure. Sci. Am. Mind 20, 26–33.

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Steffens, N. K., Jetten, J., Haslam, C., Cruwys, T. & Haslam, S. A. (2016). Multiple Social Identities Enchance Health Post-Retirement Because They Are a Basis for Giving Social Support. Frontiers in Psychology, 7 (1519), 1-11.

Mujeres empoderadas

“La forma más común de renunciar al poder es pensando que no lo tenemos” 

Alice Walker,
(Escritora afroamericana y feminista, ganadora del Premio Pulitzer por la novela                “El color púrpura”)


A lo largo de nuestras vidas hemos experimentado múltiples formas de prejuicio por el hecho de ser mujeres. La sociedad ha ido construyendo a nuestro alrededor un género que nos antecede, nos subtitula y nos simplifica: el femenino. Según éste, las mujeres somos dependientes, pasivas, obedientes y nos ocupamos de la vida privada, relacionada con la afectividad y el cuidado. Mientras, el género masculino rodea a hombres poderosos, racionales, que ocupan espacios de la vida pública, como el trabajo remunerado o la política. Así, las mujeres y los hombres hemos construido relaciones desiguales que han desembocado en una manifiesta asimetría de poder. Pero las mujeres ya nos hemos cansado de permanecer en una posición social que nos empequeñece. Queremos lograr un cambio significativo en nuestra experiencia de poder. Es decir, queremos empoderarnos para crecer como mujeres capaces, diversas y libres.

¿Qué es la desigualdad de género basada en el poder?

Las autoras Felicia Pratto y Angela Walker (2004) aportaron un modelo muy interesante que analiza la desigualdad de género en términos de poder. Comprenden que el poder regula las relaciones entre las personas y que, cuando hablamos de las relaciones desiguales entre mujeres y hombres, existen cuatro bases vinculadas al género: la fuerza, el control de los recursos, las obligaciones sociales y la ideología. Además, consideran que estas bases son dinámicas, es decir, que influyen entre ellas, quien adquiere poder en una base es más fácil que adquiera poder en las otras. Se han expuesto estos cuatro pilares según Pratto y Walker (2004) y se han incluido ejemplos actuales en la Figura 1:

Fuerza: La agresión, la violación, el acoso sexual y el abuso emocional no sólo dañan a la mujer, sino que limitan su poder (Fitzgerald, Gelfand, y Drasgow, 1995; Sagrestano, Heavy, y Christensen, 1999). Muchos hombres utilizan distintos tipos de violencia o la amenaza de ejercerla cuando perciben una pérdida de control sobre la mujer.

Control de los recursos: Los hombres controlan más recursos económicos, sociales y materiales, entre otros, que las mujeres originando, así, diferencias de poder entre los sexos.

Obligaciones sociales: En general, en una relación de pareja, el miembro que tenga menos obligaciones sociales dispondrá de mayor poder. Tradicionalmente se ha asumido que los hombres adquieren recursos y las mujeres proporcionan cuidado.

Ideología: Se considera que facilita la creación de diferencias de poder y, en ocasiones, legitima la jerarquía social de unos grupos sobre otros, como en el caso de la desigualdad de género mantenida a través de la ideología sexista. Esta idea se basa en la Teoría de la Dominancia Social que explica cómo algunos grupos mantienen una ideología para dominar a otros grupos menos poderosos.

figura-1-mujeres-empoderadas

Conseguir la igualdad a través del empoderamiento

El concepto de empoderamiento se consolidó en el marco de la IV Conferencia Mundial de la Mujer celebrada en Beijing en 1995 y fue definido como la estrategia para el acceso paulatino de las mujeres al control de los recursos materiales, financieros, intelectuales e ideológicos. Desde entonces, este término ha sido conceptualizado en varios sentidos (e. g., Hur 2006; Perkins & Zimmerman 1995; Rappaport 1987; Warren 1997; Watts & Serrano-García 2003). Maton (2008) considera todas estas aportaciones y define el empoderamiento como “un proceso en grupo, participativo y de desarrollo, a través del cual individuos y grupos marginalizados u oprimidos obtienen un mayor control sobre sus vidas y sobre el medio, adquieren recursos valiosos y derechos básicos, alcanzan metas importantes en sus vidas y reducen la marginación social” (p. 5).

Cuando las mujeres nos empoderamos…

Logramos cambios sociales en las cuatro bases del poder. Hay muchos ejemplos que visibilizan esta realidad, los que aparecen a continuación son sólo algunos de ellos:

Recursos. La psicóloga Nina Hansen (2015) estudió el efecto que podría tener aplicar un programa de microcrédito a 172 mujeres en el norte de Sri Lanka. Con esta intervención, las mujeres tenían acceso a recursos económicos y, además, salían de sus barrios para aprender, junto a otras mujeres, cómo gestionar sus finanzas. Como resultado, las mujeres se empoderaron, fueron conscientes de sus capacidades personales y sociales para la acción, tomando decisiones económicas y, entre los grupos de mujeres, se crearon redes para apoyarse unas a otras.

Obligaciones sociales. Autoras como Adrienne Rich (1996) ofrecen otras formas de entender la maternidad. En concreto, esta autora distingue entre la maternidad como experiencia y como institución. La primera se refiere al amor y el placer que una mujer puede experimentar como madre. La segunda visibiliza a los sistemas sociales y políticos que han degradado y confinado a las mujeres a ser madres. En este sentido, cuando las mujeres niegan el deber de reproducirse están demostrando que la institución de la maternidad puede ser reorganizada por la mujer y controlada por ella (según citado en Saletti, 2008).

Ideología. El feminismo como movimiento político, social e ideológico ha hecho grandes aportaciones a lo largo de la historia en pro de la igualdad entre mujeres y hombres. Victoria Sau (2000) define el feminismo como: “…la toma de conciencia de las mujeres como grupo o colectivo humano de la opresión, dominación y explotación de que han sido y son objeto por parte del colectivo de varones en el seno del patriarcado bajo sus distintas fases históricas de modelo de producción, lo cual las mueve a la acción para la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la sociedad que aquella requiera”. (p. 121-122).

Fuerza. Frente a cualquier tipo de violencia contra las mujeres, nosotras respondemos con dibujo-mujeres-empoderadasla acción colectiva. Ésta es necesaria para lograr la transformación de las estructuras sociales opresivas (Moane, 2003). En la actualidad, contamos con grandes ejemplos de mujeres movilizándose para defender los derechos humanos. El 21 de Enero de 2017, primer día de presidencia de Donald Trump en EEUU, mujeres de todo el mundo ocuparon las calles para reivindicar la igualdad y la libertad que las políticas nutridas del odio y del miedo quieren derribar. Otro ejemplo menos visible en los medios de comunicación es el de la “Marcha de la Esperanza”. Miles de mujeres israelíes y palestinas marcharon hasta la residencia del presidente de Israel, Benjamin Netanyahu, para exigir la paz entre ambas naciones. Esta coalición de mujeres de todas las religiones e ideologías políticas unificó a personas por un mismo objetivo: la paz.

“Women’s March”

“Marcha de la Esperanza”

Vamos a encontrar obstáculos a lo largo de este viaje empoderador que estamos emprendiendo. Y vamos a saber superarlos porque ninguna mujer está sola. La lucha de las mujeres por la igualdad nos incluye a todas.

Carmen Labrador


BIBLIOGRAFÍA

Delegación del Gobierno para la Violencia de Género (2016). Ficha estadística de víctimas mortales por Violencia de Género. Año 2016. Madrid: Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad del Gobierno de España.

Guil, A. (2007). Docentes e Investigadoras en las Universidades Españolas: Visibilizando Techos de Cristal. Revista de Investigación Educativa, 25(1), 11-113.

Hansen, N. (2015). The development of psychological capacity for action: The empowering effect of a microfinance programme on women in Sri Lanka. Journal of Social Issues, 71, 597-613.

Instituto de la Mujer (Ed.). (2005). Conciliación de la Vida Familiar y la Vida Laboral: Situación Actual, Necesidades y Demandas. Madrid: Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad del Gobierno de España.

Maton, K. I. (2008). Empowering community settings: Agents of individual development, community betterment, and positive social change. American Journal of Community Psychology, 41(1-2), 4–21. doi: 10.1007/s10464-007-9148-6

Moane, G. (2003). Bridging the personal and the political: Practices for a liberation psychology. American Journal of Community Psychology, 31(1-2), 91–101. doi: 10.1023/A:1023026704576

Pratto, F. & Walker, A. (2004). The Bases of Gendered Power.The Psychology of Gender. New York: The Guilford Press.

Saletti Cuesta, L. (2008). Propuestas teóricas feministas en relación al concepto de maternidad.

Sau, V. (2000). Diccionario ideológico feminista (vol. 1). (3ª ed.). Barcelona: Icaria.

Diversidad Funcional: ¿Integración o discriminación?

Las personas con diversidad funcional (mal llamadas, “discapacitadas”) son, frecuentemente, excluidas por el mero hecho de ser consideradas diferentes y poco competentes. Lxs ciudadanxs les negamos las oportunidades que merecen y nos olvidamos de sus motivaciones, así como de sus limitaciones, la mayoría de ellas causadas por nuestras acciones cargadas de egoísmo y conformismo. Les adjudicamos estereotipos como consecuencia de la ignorancia latente que sigue presente en cada unx de nosotrxs. Llega el momento de reflexionar, de mirar más allá de nuestra propia realidad y comenzar a trabajar por un mundo donde la singularidad no sea un problema, sino un pilar básico de la igualdad y la riqueza.

Palabras Clave: Calidez, Competencia Diversidad Funcional,


En la actualidad, gran parte de la sociedad mantiene una valoración positiva sobre las personas con diversidad funcional, es decir, si nos preguntan qué opinamos sobre ellas, la mayoría diríamos que son individuos “normales”, los cuales merecen tener los mismos derechos que el resto, incluyendo el derecho al acceso laboral. Podríamos decir que el tema está bastante normalizado y aceptado. No obstante, esta visión no corresponde con la realidad. Detengámonos un instante y pensemos qué opinaríamos y sentiríamos si una persona perteneciente a este colectivo nos “quitara” el puesto de trabajo que tanto ansiamos. Probablemente, nos disgustaríamos. Por una parte le han dado el puesto a otrx y por otra, la más importante, es que se lo han dado a alguien con una capacidad mucho menor a la nuestra. No queda bien decirlo así, pero esto sí es lo que pensamos en realidad. Por lo tanto, asumiendo este hecho, es hora de admitir que existen fuertes estereotipos sobre las cualidades de estas personas, estereotipos muy arraigados y normalizados, los cuales se hacen invisibles al no pasar por el filtro de la objetividad.

A través de estas ideas estables, mantenidas en el tiempo, no contemplamos la posibilidad de aceptarles en su totalidad, por el contario, comparamos y valoramos su supuesta disfuncionalidad. Así lo demuestran los estudios llevados a cabo por Thomas (2000), en cuyos resultados se evidenció la existencia de una jerarquía de preferencia entre los grupos de diversidad funcional, es decir, dependiendo de la discapacidad que tengan sí les valoramos. En general, según estos estudios, se prefirieren discapacidades físicas sobre las discapacidades sensoriales, así mismo, éstas últimas se anteponen  sobre lesiones cerebrales y autoinducidas.

Nos engañamos, nos decimos que somos personas tolerantes, que nos esforzamos en aprobar e integrar a lxs demás pero, ¿realmente es así? No nos molestamos en conocerlxs, no sabemos nada de ellxs, cuáles son sus necesidades, sus inquietudes, probablemente no sean muy diferentes a las nuestras porque lo único que nos diferencia es una etiqueta, una categorización. Es más fácil construir una idea infundada y equivocada, la cual nos ensalza y nos posiciona por encima de este colectivo. Así nos sentimos mejor, así nos queremos más. Ideas basadas en suposiciones y, en lo que es peor, en un distanciamiento fruto de numerosos prejuicios, los cuales no nos permiten invertir el tiempo en darles una oportunidad, tan solo porque sus diferencias resaltan por encima de lo que consideramos habitual.  Sin embargo, recordemos, diferencias que cada quien presenta con mayor o menor intensidad.

Ahora bien, no podemos ser tan “malxs” y, entonces, nos decimos “vamos a quererles que también se lo merecen”, y de esta forma camuflamos esa parte oscura presente en nuestro interior, la cual no nos gusta pero, que se hace visible gracias a nuestra consciencia, esa que nos recuerda constantemente de su existencia. En resumen, las personas diversas funcionalmente son el ejemplo típico de ser percibidas como poco competentes pero sociables, y por generar la emoción de pena o compasión. Y es que un estudio llevado a cabo por Rohmer y Louvet (2010), exponen que les otorgamos altos niveles en calidez (cálidx, amistosx, simpáticx…) pero, al mismo tiempo, les adjudicamos puntuaciones bajas en competencia (inteligente, capaz…). Estos dos conceptos son viejos conocidos de la psicología social. Ya Cuddy y Fiske (2006), trabajaron sobre ellos en el Modelo  del Contenido de los Estereotipos (MCE), el cual postula que nuestra percepción de otros grupos se elabora a partir de dichos criterios.

Lo verdaderamente alarmante es que  estamos manteniendo estereotipos gracias a que los consideramos positivos, es decir, nos reconforta sentir lástima y “perdonar” sus peculiaridades. Así lo reconocemos cuando tenemos que expresar abiertamente nuestra opinión y queremos ser valoradxs por nuestra familia y por nuestras amistades. No obstante, si fuéramos realmente sincerxs, diríamos que las personas pertenecientes a este grupo no cumplen nuestras expectativas debido a que tampoco se ganan nuestra simpatía (Rohmer y Louve, 2012). Y es que cómo lo van a hacer si nos negamos a conocerles. Por desgracia, inconscientemente, mantenemos una imagen estable sobre ellxs, lo que me lleva a pensar… ¿Y si los que realmente tenemos un problema de capacidad somos nosotrxs? Incapaces de abrir la mente, incapaces de observar sus habilidades e incapaces de valorar sus grandes esfuerzos y resultados, los cuales consiguen aun cuando solo contribuimos a cerrarles el paso.

Una vez conscientes de la situación, podemos ir más allá e intentar cambiar esa forma de pensar, para ello es necesario ponerse en su lugar, comprender sus vidas, las dificultades que tienen que superar por nuestra falta de objetividad más que por su singularidad. Y para ello que mejor que simular su diversidad (caminar con los ojos cerrados, vestirnos con una sola mano…) a menudo estas acciones mejoran las actitudes que tenemos hacia ellxs. Sin embargo, en el caso de las disfuncionalidades físicas, tales simulaciones de experiencia pueden ser contraproducentes debido a que se  ven resaltadas las dificultades iniciales que suponen (golpearnos con un mueble, no poder abrocharnos la camisa) (Silverman, Gwinn & Van Boven, 2015). Por este motivo, no basta con ponernos en su situación, tenemos que ser conscientes de que su vida no es tal y como la percibimos a priori, ya que ellxs aprenden a llevar el día a día con su característica individual, sin que ésta afecte a su cotidianidad. Observemos sin ir más lejos a Stephen Hawking, considerado uno de los más brillantes científicos del planeta. Si logramos adoptar esta perspectiva, crearemos una nueva visión más real y más funcional, donde no les juzgaremos, al contrario, les admiraremos, y, lo que es mejor, nos identificaremos, porque todxs somos únicxs, porque todxs nos sentimos diferentes, porque todxs somos iguales.

Ana Isabel Rueda


BIBLIOGRAFÍA

Cuddy, C., Fiske, S., & Glick, P. (2006). The BIAS Map: Behaviors from Intergroup Affect and Stereotypes. RUNNING HEAD: The BIAS Map.

Louvet, E., & Rohmer, O. (2010). Are workers with disability perceived as competent? Psychologie du Travail et des Organisations, 16, 47–62.

Louvet, E., & Rohmer, O. (2012). Implicit Measures of the Stereotype Contentas Sociated with Disability. British Journal of Social Psychology, 51, 732–740.

Rodríguez L., Cuadrado, I., y Navas, M. (2013). Aplicación extendida del Modelo del Contenido de los Estereotipos (MCE) hacia tres grupos de inmigrantes en España. Estudios de Psicología, 34 (2), 197-208.

Silverman, A., Gwinn. D., & Van Boven, L. (2015). Stumbling in Their Shoes: Disability Simulations Reduce Judged Capabilities of Disabled People. Social Psychological and Personality Science, 6(4), 464-471.

Thomas, A. (2000). Stability of Trigon’s Hierarchy of Preference Toward Disability Groups: 30 Iters Later’. Psychological Reports, 86, 1155-1156.